Nos bombardean constantemente a
través de los medios de transmisión o medios de adoctrinamiento: compre la casa
de sus sueños, el reloj que le hará sentir bien…apueste su dinero al poker on
line o cómprese un coche nuevo…y así hasta un sin fin de mensajes diarios a los
que todos estamos expuestos por el solo hecho de encender la televisión, abrir
el periódico o navegar por la red. “Si compra mi producto usted será feliz”,
parece ser la consigna, y la consigna, generalmente, es creída.
La publicidad, en efecto, nos
transmite directamente un mensaje claro: “debe usted comprar mi producto”, pero
asociado a esto se nos “cuelan” una serie de mensajes o supuestos que a menudo
pasan inadvertidos como también sus consecuencias, supuestos que son
mayoritariamente aceptados. El primero de ellos es el de la infelicidad humana.
Los seres humanos somos infelices ya que nos falta algo: nos falta un producto,
la mercancía que se nos anuncia. Sin él, la vida no tiene sentido. El primer
supuesto es por tanto que debemos creernos infelices.
El segundo supuesto es el que ya
hemos comentado, que si compramos el producto nos sentiremos mejor. Veo al
señor o a la señora que aparece en el anuncio y me transmiten felicidad, tienen
una sonrisa de oreja a oreja; la familia que sale en el anuncio televisivo
parece feliz, con lo cual mi familia y yo también lo seremos si adquiero el
producto: debo comprar.
Ya tenemos dos de los mensajes
subliminales o supuestos que se nos transmite a través de la publicidad. Nos
quedarían muchos más pero ahora nos ocuparemos de dos de ellos (sobre todo en
los productos caros) como son el prestigio social y la envidia. Con respecto al
primero se nos intenta hacer creer que el comprador del flamante coche será
alguien que gozará de un prestigio social que ahora no dispone, y es que la
sociedad, sí, valora a aquellos que posean riqueza y además la exhiben. El
comprador del coche será admirado por los demás produciéndose un reconocimiento
de su valía, de su valor: ahora es un héroe ya que ha sido protagonista de una
gran gesta: comprar; ahora es alguien que puede ser feliz. Pero además será
envidiado. Conducirá por las calles de su ciudad con su lujoso coche y allá
donde vaya se le envidiará con lo cual el sentido de la vida del comprador
cobrará toda su importancia; ¿quién no sería feliz siendo alguien valorado y
envidiado?
Así, tenemos que se nos transmite el
pésimo y falso mensaje de que la felicidad depende de la adquisición de
productos materiales y hasta que no se consigan estos se vivirá en la
infelicidad, así es que si no se dispone del suficiente dinero para consumir
(superfluamente) uno tendrá la felicidad vetada. Se nos crean con todo esto
unas necesidades que en realidad no tenemos, la necesidad de comprar productos
porque sin ellos, así es, la vida carece de sentido. El problema es que este
tipo de mensajes han calado en las distintas sociedades y de este modo se
valora a las personas no por sus acciones en beneficio de las mismas sino por
su capacidad de consumo. Los referentes sociales serán personas adineradas y no
aquellos que están implicados en la construcción de un mundo mejor. Finalmente
se llegará a la conclusión de que los que dispongan de menor capacidad de
consumo deberán sentirse inferiores y los que mayores bienes materiales tengan,
superiores y afortunados.
Y esta es la gran falacia y el gran
engaño al que gran parte de la población se somete, el creer que nuestra
felicidad depende de lo exterior y material en lugar de lo interior e
inmaterial, una falacia que aparta a todo el mundo del ansiado bienestar, tanto
a los consumidores irracionales que compran productos buscando la plenitud como
a los que no pueden lanzarse compulsivamente a comprar y por ello creen que
nunca la van a alcanzar. Y es que el anhelado bienestar depende mucho más de lo
sentimental, de nuestras relaciones humanas y de la adopción de un adecuado
sistema de pensamientos y valores que del conseguir un gran coche o un caro
reloj abocándonos sin embargo esta última actitud a una pseudofelicidad que en
realidad nos alejará de una vida plena.
No nos dejemos engañar pues por
embaucadores; no otorguemos a las empresas comerciales el poder de decidir
sobre nuestro bienestar presente y futuro; y, seamos en cambio, personas
independientes que no se ciñen por parámetros materialistas ni consumistas ni
por falsos prestigios sociales.
Por: Vicente Berenguer, asesor
filosófico
vaberenguer@gmail.com
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