miércoles, 17 de marzo de 2021

EL CONTEXTO FAMILIAR Y SOCIAL DEL ALUMNO, POTENCIADOR O LIMITANTE PARA EL APRENDIZAJE

 En este año en que la pandemia provocó que las escuelas se cerraran y que fuera la  casa el centro de la actividad educativa de los estudiantes, quedó comprobada la influencia que ejerce el contexto familiar, la idiosincrasia y la cultura,  ejes trascendentales para despertar el interés, disposición y la actitud receptiva de niños, niñas y adolescentes para continuar estudiando a distancia.

 


Mucho se ha hablado de la desigualdad económica que existe en nuestro país. No ha sido lo mismo la educación a distancia para alumnos de clase media, que para los que se encuentran en un nivel de pobreza o alta marginación. También resaltan las diferencias entre espacios urbanos con servicios de señal de red e internet, y las comunidades rurales donde la comunicación por celular es limitada o inexistente.

 

Sin embargo, el deseo de continuar aprendiendo en casa también está vinculado a la percepción que tiene la familia con relación a la educación. Son los padres quienes a partir de la valorización que dan a la escuela, la importancia que otorgan al aprendizaje escolar, y de acuerdo a los valores promovidos y la jerarquización de intereses y necesidades surgidos en el seno familiar, los que conforman la personalidad y contribuyen en el diseño del proyecto de vida de sus hijos e hijas.

 

Por ello, a lo largo de la educación a distancia, las y los maestros han vivido miles de experiencias con sus estudiantes de diversa índole: existen aquellas donde los alumnos se encuentran en comunicación constante y demostraron su capacidad para sortear los obstáculos, siguen cumpliendo con sus actividades desde casa, han dedicado gran parte de su tiempo para llevar a cabo el trabajo escolar, se volvieron autodidácticas, independientes, utilizaron la contingencia para desarrollar sus habilidades digitales, diseñaron  estrategias  y se convirtieron en gestores de su propio aprendizaje.

 

No es de sorprender que detrás de cada buen estudiante, están los padres, hermanos, abuelos, tíos o tías; la familia en general que brindó el apoyo y destinó el tiempo y los recursos necesarios para que, a pesar de la pandemia, existiera una continuidad en el proceso enseñanza-aprendizaje. Fue en  el seno familiar donde se  desarrolló el sentido de responsabilidad y transformaron las dificultades en oportunidades; a pesar de no tener las condiciones económicas,  buscaron soluciones para que sus hijos e hijas mantuvieran el contacto con los docentes, compraron dispositivos móviles, crearon en su hogar un ambiente adecuado para que siguieran aprendiendo. Aun cuando no hubo recursos de la SEP para garantizar la equidad en la educación a distancia, fueron los padres quienes asumieron de manera responsable su papel de tutores en el acompañamiento del trabajo bajo esta modalidad.

 

De manera paralela se encuentra el otro lado de la moneda, las experiencias de alumnos que tuvieron a su alcance recursos económicos óptimos que les permitían disponer de equipos digitales y conexión a internet, tenían condiciones favorables para continuar estudiando y optaron por ausentarse;  el origen de una salida fácil a las adversidades  se encuentra, en  parte, en la concepción que existe sobre la escuela y la educación; considerada un complemento más que una base de formación, no se valora el sentido del aprendizaje escolar y se abandonan fácilmente las responsabilidades que corresponden  a los  alumnos y a los padres de familia.

 

A lo largo de estos meses en que se ha mantenido el aprendizaje en casa por la contingencia,  se reafirmó el trabajo constante con los alumnos que estando en clases presenciales ya destacaban como buenos estudiantes; después de una etapa  de reconfiguración del proceso de enseñanza-aprendizaje a distancia y digital, desarrollaron nuevas actitudes y desplegaron su capacidad de adaptación, superación y, sobre todo, participaron de manera activa en la conformación de un nuevo sistema de trabajo escolar.

Para el caso de los estudiantes ausentes, la tarea que las autoridades de la SEP delegaron  totalmente al maestro, fue buscar los mecanismos para contactar a esos alumnos y mantenerlos en el curso, algo que se convirtió en una tarea titánica, pues aun localizándolos, tanto estudiantes como padres, han demostrado que su interés ya no está centrado en el aprendizaje escolar, lo que se evidencia en la nula iniciativa que tienen para contactar o responder a los llamados  de  los maestros y la falta de entrega de actividades escolares para su revisión y retroalimentación.

 

En las políticas educativas y gubernamentales, los programas de apoyo para padres y alumnos se han centrado principalmente en un sistema de becas, pero ha faltado una concientización sobre la corresponsabilidad que existe de los beneficiarios con el sistema escolar y con   la educación de sus hijos e hijas, así también, la valorización de la escuela como eje de desarrollo, progreso y movilidad social.

 

Si el programa no contempla un compromiso real de padres y alumnos, si las familias no conciben a la escuela y a la educación como la posibilidad de alcanzar un mejor nivel de vida, si la triada maestro-alumno-padre de familia no camina hacia objetivos comunes, el proceso educativo se verá limitado, y la trasformación de nuestra sociedad seguirá siendo una tarea pendiente.

 

 

 

 

 

Por Erika Franco Lavín

Fuente: https://profelandia.com/el-contexto-familiar-y-social-del-alumno-potenciador-o-limitante-para-el-aprendizaje/

 

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miércoles, 10 de marzo de 2021

LOS PADRES NO SON MAESTROS: CONSEJOS PARA GESTIONAR LA ESCUELA A DISTANCIA

 Los padres no son maestros: consejos para gestionar la escuela a distancia

Es impensable reproducir la escuela dentro del hogar. Es impensable e incluso degradante para el papel de los profesores, pensar en terminar los programas en casa como lo harías en el aula. Hoy más que nunca escuela y familia debemos unir fuerzas

 


Los padres no son maestros. Los padres y la escuela deben, a toda costa, ser aliados en la educación y formación de niños y jóvenes, pero los dos roles no se superponen, si acaso son necesariamente separados y paralelos.

 

La tarea primordial de los padres no puede ser reemplazada, así como es impensable poner el peso de «reproducir» las peculiaridades de la enseñanza en el aula en casa: falta de habilidades, enfoque, tiempo dedicado y exclusivo. El mismo «formato de aula», que es un parte esencial del sistema escolar, como nos recuerdan abrumadoramente estos días de lecciones en línea.

 

La convivencia ya pone a prueba la paciencia y el autocontrol y si pones online registros que no abren, vídeos que no cargan, lecciones que se superponen para los varios niños, mil entregas que «ayúdame, no entendí ”… ¡No saldremos vivos de esta edición de Gran Hermano!

 

Hay dinámicas que en casa, a pesar del compromiso de los docentes y del sistema escolar para hacer frente a esta emergencia de Coronavirus, no se puede esperar: ni de los padres, ni de los alumnos.

Y por muy «adelante» que esté la tecnología, siempre hay niños, muchos niños, a los que hay que seguir y acompañar aunque a nivel de PC y Youtube sean más inteligentes que los adultos. (Gracias Dios que todavía nos recuerdas que sí, también nosotros somos útiles, y que hay cosas en las que ni siquiera la tecnología puede reemplazar al humano).

 

Nada sustituye al aula

La enseñanza online es ante todo un deber de las instituciones, un banco de pruebas para todos los docentes que «han iniciado su camino de cambio, es más, de evolución hacia la nueva enseñanza del futuro» (Chiara Burberi de Redooc.com en Vanity Fair). Es también una ayuda para los padres que siguen teletrabajando, para involucrar a sus hijos encerrados en casa, para darles una apariencia de normalidad y rutina.

 

Pero también es cierto, como recordó la ministra italiana de educación Lucía Azzolina, que «la escuela es más que eso. La escuela es compartir, es estar juntos. La escuela en el aula es insustituible. ¡Y tiene que volver pronto! » (Vanity Fair).

 

Aquí hay algunos consejos para mamás y papás que luchan con el aprendizaje a distancia. Como mínimo, lo que está en su poder de controlar; el resto, obviamente va al sentido común de los profesores:

 

NO JUECES, SINO ALIADOS DE LOS NIÑOS

No nos identifiquemos con los jueces despiadados dispuestos a presionar el botón rojo para eliminarlos del Factor X al primer error: con demasiada frecuencia, los padres, pensamos que la corrección en el sentido escolar se reduce solo al «bolígrafo rojo».

 

Tratamos de reconocer y apreciar el potencial de nuestros hijos en un sentido más amplio, entendiendo que las dificultades de adaptación y el entorno «hogareño» muchas veces no ayudan a la concentración. No nos aliemos con el error contra ellos, sino aliamos con ellos para combatir el error.

 

A nadie le gusta equivocarse, ni siquiera a los niños y la frustración de «no puedo», «no soy capaz» acompañado del juicio despiadado que lo valida e intensifica nunca es un estímulo positivo. Más bien, estimula a tirar la toalla.

 

EN PRIMER LUGAR, GESTIONAR LAS EMOCIONES

Nuestro estado de ánimo y el de ellos: ¿cómo estamos? Es difícil de decir en esta situación y, sin embargo, necesita calma, sin nerviosismo ni ansiedad. Es mejor parar, ver una película, tomar un poco de aire si la situación se vuelve “eléctrica”. Ese no es el momento adecuado para que nosotros ni nuestros hijos hagan los deberes.

 

Quedarse en casa significa que, aunque los contenidos sean los mismos que los propuestos en el colegio, los métodos no siempre son los mismos, porque siguen los ritmos naturales de cada niño. Aunque el adolescente puede elegir con mayor flexibilidad el momento adecuado para realizar una tarea, las normas dan a los niños una mayor sensación de seguridad. Lo recuerda la pedagoga Novara en Vanity Fair:

 

Las reglas son procedimientos, y en un período en el que falta la seguridad de todo, tener un guión sobre qué hacer durante el día es fundamental. Está bien dar la norma de los deberes: para los niños de primaria puedes decir «de 14 a 16 harás los deberes en tu habitación. Si tienes alguna dificultad puedes preguntarle a tu mamá o papá quién hará su trabajo mientras tanto y al final puedes mostrarnos tu trabajo para una revisión final».

 

Intentemos mantener una rutina, sin que se convierta en una jaula, sobre todo ahora que nuestros sentimientos, los nuestros y los de ellos, nos hacen más frágiles e inevitablemente distraídos. Gestionar bien las emociones es una gran lección, sobre todo las que sientes en momentos como este. Y es algo que aprendes sobre todo viviéndolo y mirando el ejemplo de tus padres. Las lecciones pueden esperar.

 

DESCONECTÉMOSLE Y DESCONECTÉMONOS

Las plataformas de smartschooling siempre están disponibles: esto es una cierta comodidad, y las lecciones asincrónicas ayudan sobre todo a administrar más niños y muy pocos PC. Pero también existe el riesgo de hiperconexión, de la mañana a la noche, especialmente para los niños mayores.

 

En los hijos mayores, tratemos de definir límites de conexión con el fin de evitar una sobrecarga de presencia que, si bien al principio también puede ser fuente de entusiasmo y cercanía, sobre todo gracias a los chats, a la larga podría generar ansiedad y sobrecarga, incluso en los padres.

No es necesario consultar la última actualización / comentario del maestro o amigo por la noche a las 10 pm o ingresar al chat antes del desayuno. No nos dejemos llevar por el efecto Whatsapp, ¡que ya es suficiente!

 

Sin embargo, sigue siendo fundamental mantener un diálogo con los profesores, especialmente si nos resulta difícil gestionar cargas de trabajo, asistencia, tareas y expectativas.

 

De esta «lección» de vida no programada que el Coronavirus ha decidido darnos a todos, nuestros hijos también aprenderán mucho. No en términos de ciencia o geografía quizás, sino de resiliencia, resolución de problemas, creatividad, adaptación, sacrificio…

 

Y aunque los programas educativos no se terminen en casa, lo que no estaría bien y desviaría el trabajo real de los docentes, creo que es importante reconocer y contar entre los éxitos la gran riqueza, en términos de habilidades emocionales y relacionales, con las que los niños y los niños volverán a las aulas. Una lección que sin duda afectará también a su forma de abordar el estudio y la escuela, cuando todo vuelva a la normalidad.

 

 

 

 

Fuente de la Información: https://es.aleteia.org/2021/03/02/los-padres-no-son-maestros-consejos-para-gestionar-la-escuela-a-distancia/

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lunes, 1 de marzo de 2021

“Los chicos necesitan que los adultos los cuiden en el mundo digital”

 Especialista en tecnología y seguridad informática, Sebastián Bortnik acaba de publicar “Guía para la crianza en un mundo digital”, un libro que aporta respuestas las preguntas que se les plantean a padres y docentes al acompañar a chicos y chicas en el uso de la tecnología.

 


Sebastián Bortnik es especialista en tecnología y seguridad informática. Fundador y expresidente de la ONG Argentina Cibersegura, Bortnik es un referente en cuestiones relacionadas con el buen uso de las tecnologías. Conversó con Agenda Educativa con motivo de la publicación de su libro Guía para la crianza en un mundo digital (Siglo XXI), una obra pensada para apoyar a los adultos en la búsqueda de respuestas para las preguntas nuevas –y no tan nuevas– que se les plantean a padres y docentes a la hora de acompañar a chicos y chicas en el uso de la tecnología.

 

–¿Cómo llegaste a especializarte en la “crianza digital”?

–Como experto en seguridad informática yo fui parte del grupo fundador y luego presidente de la ONG Argentina Cibersegura, un proyecto dedicado a divulgar ideas para cuidarse en Internet. En esos años recorrimos muchos colegios, hablamos con familias, chicos, chicas y adolescentes. En 2018, después de 8 años como presidente de la ONG, me tomé una pausa y surgió la idea de poner en papel lo que había aprendido en ese tiempo. En el camino aprendí un montón: busqué papers, hice entrevistas a profesionales, investigué.

Aunque el libro tiene un montón de consejos y buenas prácticas, querer aplicarlas todos juntos de un día para el otro puede ser abrumador porque implica muchos desafíos. Hay aspectos que requieren deconstrucción, cambiar nuestros hábitos, dar el ejemplo. Muchas ideas son orientadoras, aportan parámetros pero no respuestas concretas. Por ejemplo, yo no recomiendo las pantallas antes de los dos años. Pero si una familia le quiere dar a su hijo una tablet antes, bueno, dársela al año es mejor que a los tres meses.

 

–¿Cómo debería ser el rol adulto frente a la tecnología? ¿Con qué palabras lo definirías?

–Primero, involucrarse. Yo siempre digo que milito para que los adultos analógicos que están criando niños digitales se involucren. Creo que esa la primera gran definición del rol adulto, y no hablo solo de papá y mamá, sino también de docentes, pediatras, etc. Algunos te dicen: “Yo veo que mis hijos la tienen clarísima con la tecnología”. Aunque nos confunde a veces ver que los chicos se manejan muy naturalmente en el mundo digital, necesitan de los adultos para cuidarlos. Muchas veces los cuidamos en un montón de temas, y nos olvidamos del mundo digital. Por ejemplo, no sería descabellado que un pediatra, además de decirte qué tiene que comer el nene, también te dijera cuánto tiempo puede estar en la pantalla.

 

Aunque nos confunde ver que los chicos se manejan naturalmente en el mundo digital, necesitan de los adultos para cuidarlos. A veces los cuidamos en un montón de temas y nos olvidamos de este

Sebastián Bortnik

 

El segundo paso es el diálogo. Algunos padres preguntan: “¿Qué herramienta me recomendás para espiar?”. Pero la gran herramienta que tenemos como adultos es el diálogo, una vez que asumimos que ayudar a los chicos a relacionarse de manera sana y segura con la tecnología es nuestra responsabilidad. Yo lo comparo mucho con la educación sexual integral: el principal recurso siempre es el diálogo.

 

El tercer eje es la progresividad. Si yo quiero resolver todos los problemas que plantea el libro, no voy a poder. Si yo creo que mi hijo va a aprender a usar el celular de un día para el otro porque lo senté y le di dos horas de explicación, eso es como el viejo mito de la educación sexual: “la charla” a los 13 años. Hoy se sabe que la educación sexual empieza en la primera infancia y es progresiva. Acá es lo mismo. Cuando tu hijo tiene 4 o 5 años, tu manera de comportarte con la tecnología, el hecho de dársela progresivamente en vez de usarla como chupete, va a impactar mucho en cómo él la usará después, cuando sea adolescente.

 

–¿Cuánto sirven las estrategias basadas en espiar lo que hacen en las redes o pedirles las contraseñas?

–Entre poco y nada. En algunos eventuales escenarios pueden servir, cuando los niños y niñas son muy pequeños. En muchos casos, a medida que los chicos crecen, como saben que sus padres los quieren espiar, dedican esfuerzo a evitar que sus padres los espíen, en lugar de dedicar esfuerzo a evitar a las personas malintencionadas en las redes. No se trata de juzgar, sino de entender que no estás ayudando a tu hijo. La idea es que los chicos sientan que confiamos en ellos y darles las herramientas para que se empoderen. Vale la analogía con la educación sexual, aunque sea medio burda: ¿qué papá o mamá quisiera estar ahí cuando su hijo tiene sus primeras experiencias sexuales, viendo si lo hace con cuidado? Ninguno.

La clave, como decía, es la progresividad. Cuando los chicos son chiquitos y vienen a jugar a tu casa, vos no los dejás que cierren la puerta. En ciertas instancias, el control sirve. Pero a medida que crecen, los chicos tienen que poder cerrar la puerta, jugar y saber cómo cuidarse. Si no, no estamos criando personas independientes. Si un chico o chica llega a la adolescencia pensando que la única forma de cuidarse es esperar a que su mamá o su papá se den cuenta de que los están maltratando en las redes, van a tener dificultades para hablar si están en problemas, porque sienten que no es su rol pedir ayuda. Hay muchos perjuicios y pocos beneficios en espiar, y rara vez eso permite evitar un incidente.

El otro día un pediatra me leía un mensaje de texto de una madre que decía: “Ayer mi hijo estaba jugando al Among Us, dejó el celular, y vi que alguien le había preguntado por chat si quería masturbarse con él”. El nene tenía 8 años. El mensaje seguía así: “Automáticamente lo obligué a desinstalar el Among Us”. Ese chico no va a aprender a cuidarse. Mañana, cuando alguien le pregunte lo mismo desde otro juego, no va a tener herramientas para responder, porque en su casa le prohibieron el Among Us, no le prohibieron hablar con adultos que le preguntan si se quiere masturbar con ellos. No tiene sentido poner de enemigo al Among Us en vez de a los pedófilos. Era una gran oportunidad para que esa mamá se sentara con su hijo y le explicara que ese mensaje es peligrosísimo, además de decirle que, si llega a recibir otro mensaje como ese, lo primero que tiene que hacer es mostrárselo a sus papás. Hay que aprovechar esas oportunidades para el diálogo.

 

A medida que los chicos crecen, como saben que sus padres los quieren espiar, dedican esfuerzo a evitar que los espíen, en lugar de dedicarlo a evitar a las personas malintencionadas en las redes

Sebastián Bortnik

 

 

–El libro también subraya la importancia de la autonomía. ¿Cuándo se empieza a construir esa autonomía?

–Al final del libro hay un anexo con una síntesis de las cinco etapas en las que podemos dividir la crianza digital: de 0 a 2 años, de 3 a 5, de 6 a 8, de 9 a 12 y de 13 a 17. Para cada etapa, describimos algunos conceptos clave, los principales riesgos y los ejes para el diálogo. Definitivamente, en la adolescencia el concepto clave es la autonomía. Y en la preadolescencia, uno de los conceptos clave es la transición desde un uso supervisado o semi supervisado, a un uso autónomo de la tecnología. Esta es una etapa fundamental. Entre los 9 y los 12 años, si no trabajamos para que los chicos puedan ser autónomos con la tecnología, criaremos personas que no estarán preparadas para cuidarse, y tarde o temprano no podremos espiarlos más.

Ningún chico de 15 o 16 años se deja espiar el celular por la familia. Hay demasiados casos de familias que creen que están espiando a sus hijos, y en realidad no lo están haciendo. Padres que te dicen: “Le espío la cuenta de Instagram”, y resulta que el chico tiene otra cuenta. En su momento, los chicos te decían: “Me fui a Instagram porque mi familia me pedía la contraseña de Facebook”. Hace unos cinco años, un chico en una escuela contó que usaba Instagram. Cuando le preguntamos por qué, dijo: “Porque mis papás no saben que existe”. Tarde o temprano nos vamos a quedar cortos si nuestro único recurso es la supervisión.

Hace unas semanas hice un vivo con unos chicos de un centro de estudiantes de Bahía Blanca. Una chica decía que la primera charla que había recibido sobre grooming fue en cuarto año de la secundaria. Pero los datos de las fiscalías muestran que la mayoría de las víctimas tienen entre 9 y 12 años. Otra idea central del libro es que la mayor parte del trabajo que tenemos que hacer es entre los 0 y los 12 años. De los 13 a los 17, se trata de acompañar y dar autonomía. Este es un problema del que debemos ocuparnos en la infancia y en la preadolescencia. Pero muchas familias y escuelas siguen creyendo que debe abordarse recién en la adolescencia (tal como sucede con la educación sexual).

 

La mayor parte del trabajo que debemos hacer es entre los 0 y los 12 años. De los 13 a los 17, se trata de acompañar y dar autonomía. Debemos ocuparnos de esto en la infancia y en la preadolescencia

Sebastián Bortnik

 

–Uno de los capítulos se titula “Tu hijo va mirar pornografía desde muy pequeño”. ¿Hasta qué punto se pueden evitar estas cuestiones, o es preferible reconocerlas y actuar a partir de ellas?

–Creo que hay cosas que no se pueden evitar. A la vez, esto no es nuevo. Yo tengo 36 años. En la generación de mis viejos, seguramente todos fumaban en la adolescencia, pero muchas familias debían creer que su hijo no lo hacía. En mi generación, muchos tomaban alcohol y conducían: un pésimo hábito. Ahora, si vos les preguntabas a nuestros padres, seguro te respondían: “No, eso mi hijo no lo hace”.

Creo que es importante entender que hay cosas que van a ocurrir y que, cuanto antes lo asumamos y más trabajemos con los chicos en cómo evitarlo o cómo reaccionar, mejor. No es asumir que va a pasar y no hacer nada: es asumirlo, y actuar. En el libro digo que un chico no solo va a buscar pornografía antes de lo que los adultos suelen creer, sino que además puede pasar que se la encuentre antes de querer buscarla. Eso es aún peor. Nos encontramos con muchísimos casos de chicos a los que les mandan pornografía cuando no la pidieron. Hay muchos pasos previos –elegir a quiénes seguir y a quiénes no, o configurar la privacidad de tus redes– que van a hacer que estas cosas se eviten a tiempo, o que los chicos sepan actuar cuando les pase.

A principios de este año, una mamá súper angustiada me llamó para decirme que su hijo de 12 años había empezado a recibir fotos pornográficas de un contacto de Instagram. El hijo lo primero que hizo fue decirle. Yo le contesté: “Si tu hijo lo primero que hizo fue decirte a vos, significa que ya hiciste bien el 80% del trabajo”. Esa mamá ya está mejor posicionada que la mayoría de las familias, porque su hijo fue a pedirle ayuda a ella.

 

Es importante entender que hay cosas que van a ocurrir. Un chico no solo va a buscar pornografía antes de lo que los adultos suelen creer, sino que además puede que la encuentre antes de querer buscarla

Sebastián Bortnik

 

–Ahora sí, la pregunta del millón: ¿cuándo darles el celular a los chicos?

–Lo primero que diría es que no hay una respuesta concreta, sí podríamos hablar de un rango. Pero esa pregunta es menos importante que otras. Imaginemos un niño que recibe un celular a los 10 años, en una casa en la que se habla constantemente de cómo hacer un uso seguro de la tecnología, en un contexto en el que se le explicó que el celular es una herramienta poderosa, donde se hicieron acuerdos, donde no fue la consecuencia de “todos mis amigos lo tienen y yo no”. En ese contexto de acompañamiento y de diálogo, ese niño de 10 va a hacer un uso más responsable del celular que otro nene que quizás lo reciba a los 12 porque se lo regalan sus abuelos, lo prendió, a los 5 minutos empezó a usarlo y en la casa nunca se habló del tema. La edad es importante, sí. Es sano intentar arrimar el celular a la adolescencia en la medida de lo posible. Pero no hay que obsesionarse con la edad, porque el cómo es mucho más importante que el cuándo.

 

 

 

 

Por Alfredo Dillon

Fuente

https://agendaeducativa.org/sebastian-bortnik/

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lunes, 22 de febrero de 2021

Familias y escuelas transitando sin brújula

  El protagonismo de la educación en la agenda política de enero de 2021 sólo se explica como reacción ante la pandemia que alteró todos los parámetros de la vida social. El sistema educativo continuó trabajando de modo dispar, confuso y algo alocado, aunque su funcionamiento no siempre resultara visible. La docencia es una actividad atravesada por un significativo equívoco: durante 2020 trabajó más que en el tiempo ordinario, pero hay quienes la imaginan en un largo descanso calmo y distendido.

 


No cabe duda de que en este tiempo hubo clases y hubo aprendizajes. Sólo una malintencionada deformación de los hechos puede desconocer el esfuerzo de docentes y directivos por garantizar el derecho a la educación, aunque también queda claro que la escuela no cabe en las pantallas. Hubo y hay infinidad de aprendizajes a través de las pantallas, pero no se ha replicado toda la propuesta formativa de la escuela, lo cual no desmerece el sentido del esfuerzo. La experiencia escolar requiere salir del ámbito doméstico y sumarse a la construcción cara a cara de un espacio común, en el cual las diferencias nos enriquecen, los conflictos nos interpelan, el conocimiento nos da herramientas y la igualdad es, al mismo tiempo, suelo y horizonte.

 

Sólo una malintencionada deformación de los hechos puede desconocer el esfuerzo de docentes y directivos por garantizar el derecho a la educación.

 

Los dispositivos de enseñanza mediada por tecnologías y acompañamiento hogareño han generado, por fuerza de las circunstancias, nuevas modalidades de exclusión. En grupos familiares donde hay hambre o una situación de incertidumbre, quizás la educación ha perdido prioridad. Por otro lado, están aquellos adultos responsables que no tienen un capital cultural acorde a las exigencias curriculares. La potencia de la escuela en sus mejores logros ha sido permitir que cada generación supere el nivel educativo de la anterior. En las actuales condiciones, en cambio, algunas propuestas pedagógicas descansan en las posibilidades de enseñanza que tiene cada grupo familiar, lo cual implica saberes básicos del quehacer computacional y también cierto saber propio de la cultura escolar como interpretar una consigna o resolver dudas emergentes de la actividad de aprendizaje. Por otra parte, muchas familias dan cuenta de lo difícil que les ha resultado sostener emocionalmente los aprendizajes escolares y cuántas fricciones ha generado la tarea.

 

Volver a las aulas ha sido la intención más temprana de unos grupos que otros, cargados los primeros de cierta impugnación a las decisiones gubernamentales, preocupados los segundos por no suscitar riesgos innecesarios y avances precipitados. El regreso a la presencialidad no tiene como desafío recuperar un tiempo perdido, porque no fue eso lo que se perdió. Los propósitos son, en cambio, reconstruir los lazos afectivos que dan sustento a la tarea, reconocer los derroteros diferenciales de la etapa no presencial, resignificar los aprendizajes de ese período, considerando lo que se pudo sostener de la propuesta curricular, lo que se tuvo que postergar y lo que se agregó como fruto de una experiencia formativa inesperada. Al mismo tiempo, ninguna decisión puede ir a contramano de las prevenciones sanitarias.

 

Los dispositivos de enseñanza mediada por tecnologías y acompañamiento hogareño han generado nuevas modalidades de exclusión.

 

En ese panorama, el retorno a las aulas puede implicar expectativas muy disímiles, pues algunas familias mantienen miedos incólumes mientras otras verán con alivio el paso a una instancia de mayor interacción social. El regreso a la presencialidad implicará, seguramente, la diferenciación de estrategias entre regiones o instituciones, dentro de las cuales es menester defender la igualdad y el reconocimiento de las diferencias, para garantizar que la nueva organización de los espacios y los tiempos escolares tome en cuenta a las personas con discapacidad, las culturas no hegemónicas, la población rural o urbano marginal y cualquiera de los sectores que suelen quedar invisibilizados ante decisiones genéricas que imaginan una población homogénea.

 

Nadie se opone a que vuelva a haber clases presenciales. Sí se somete a discusión la oportunidad y el modo de realizar ese proceso. Ni la brújula ni el GPS son indispensables para transitar, pues la humanidad lo ha hecho durante milenios antes de conocer sus beneficios. Lo difícil es prescindir de ellos cuando nos habíamos acostumbrado a usarlos. Tenemos claro el lugar de destino: una sociedad más justa, solidaria, inclusiva y pluralista. Ensayamos respuestas sobre el camino más adecuado para avanzar hacia allí.

 

 

 

Por Isabelino Siede

Doctor en Ciencias de la Educación; pertenencia institucional en UNLP, UNPA y UNM.

Fuente

https://contraeditorial.com/familias-y-escuelas-transitando-sin-brujula/

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lunes, 1 de febrero de 2021

¿CÓMO FUNCIONAN LAS ESCUELAS DE PADRES Y MADRES?

 Los encuentros acordados entre familia y centro escolar suelen desarrollarse tanto en cursos breves o talleres; también se abordan problemáticas puntuales relacionadas con la educación familiar de manera integral.

 


En el artículo titulado ¿Por qué surgen las escuelas para padres y madres?, publicado en estas páginas el pasado 30 de noviembre, quien escribe expresa: “La escuela debe ayudar a las familias para que participen en la educación de los estudiantes y, a la vez, que los padres conozcan aspectos de la educación que recibe su hijo y de su conducta en la escuela para poder colaborar con esta, señalan Grant y Ray (2013)”. En tal sentido, las escuelas de padres y madres (EPM) son proyectos formativos que se ofertan desde los centros educativos, para proporcionar a las familias diversas estrategias para entender, apoyar, comprender y dar respuesta a los cambios en el proceso de desarrollo que experimentan sus hijos en el ámbito emocional, afectivo, académico y social, para generar mejoras en las funciones educativas de las familias.

 

Otra manera de conceptualizarlas es: Constituyen un proceso de educación organizada y coordinada entre padres de familia e institución educativa, basado en un modelo de formación con un proceso académico de educación formal de aprendizajes y habilidades que ayuden a desempeñar el rol de padres y madres. De ahí que López Osorio y Alarcón (2008) afirman que son espacios idóneos para impartir de manera sistemática formación y capacitación a padres, madres, responsables o representantes frente a aspectos psicopedagógicos, culturales, sociales, políticos y ambientales. También la definen como una herramienta que se pone a la disposición de los docentes y directivos, la cual permite educar y ayudar a despejar dudas de los padres de familia en cuanto a la educación y formación de sus hijos (Díaz Hernández et al. (2011).

 

Estas escuelas han de dar respuesta real a las necesidades de las familias, debido a que si no es así, los padres y madres no sentirán la necesidad de participar en las mismas. Dependiendo de la edad de los hijos, se producen cambios en las necesidades familiares, por lo que se requiere pedir a padres y madres, a través de encuestas o cuestionarios, qué les preocupa y así dar respuesta desde una efectiva EPM que ha de ofrecer recursos y estrategias reales para la actuación en el abordaje de la problemática que afecta la dinámica familiar.

 

Existe una amplia evidencia empírica que indica que la participación de las familias en las escuelas, además de constituir un derecho y un deber, aporta grandes beneficios a los estudiantes, a la escuela y a los padres y madres. Por tanto, los padres no deberían educar a sus hijos al margen de los centros educativos. Familia y escuela no deben trabajar aisladas, pues la mayor parte de la vida de los niños, hasta la adolescencia, transcurre en el ámbito familiar y escolar. Pero además, las familias tienen necesidades que los maestros y profesores no deben obviar y deben ayudarles a encararlas como profesionales de la educación, pues los padres no son expertos en materia educativa, y muchas veces ante ciertas tareas de sus hijos, se cuestionan si lo que hacen, y cómo lo hacen, es adecuado o no.

 

En cuanto a su funcionamiento, las EPM están  conformadas por grupos de padres y madres guiados por un monitor/coordinador que se encarga de preparar materiales y llevar a cabo una serie de sesiones de trabajo, las cuales tratarán sobre aquellos temas que les preocupan especialmente, y que pueden ser propuestos por ellos mismos, o temas específicos seleccionados por profesionales por su trascendencia para la apropiada formación de los padres. “No se trata, pues, de encontrar un especialista en cuestiones de pedagogía o psicología exclusivamente, sino quien sea capaz de captar toda la problemática que lleva consigo la formación completa de los padres en cuanto tales, pero sin dejar a un lado lo que encierra la formación total del adulto” (Ríos González, 1972).

 

En cada centro educativo habrá un equipo responsable para coordinar y animar la EPM. A manera de ejemplo estaría integrado por: El equipo directivo del centro escolar; un equipo de personas capaces de integrar los diferentes aspectos que posibiliten el cumplimiento de los objetivos propuestos; los profesores fijos o personas especialistas que van a impartir los distintos temas del programa a desarrollar; y, la totalidad de padres y madres de la institución escolar que se beneficia.

 

La formación de los monitores es una tarea importante. El equipo se debe formar al inicio de las actividades de la EPM. Las sesiones, de periodicidad determinada, son impartidas por profesionales de cada tema. Y las temáticas a tratar pueden estar referidas  a: Dinámica familiar, psicopedagogía, sociología, psicología clínica, psicodiagnóstico, orientación profesional y humana relativa a ser persona, el proyecto personal y aprender a convivir, entre otros.

 

En la actualidad, los programas de formación de padres y madres constituyen un lugar preferente en las  políticas sociales de muchos países. También hay que destacar que aunque las EPM y las Asociaciones de Padres y Tutores tengan algunos puntos en común, son diferentes. La formación experiencial brinda a los padres conocimientos y destrezas para el desarrollo de sus roles parentales, de las competencias y las habilidades educativas y la identificación de sus recursos y fortalezas.

 

La participación parental se refiere al involucramiento de los padres y madres en las actividades del centro educativo. Esta participación ocurre en dos ámbitos: en el aula y en el centro en general. En el aula incluye entrevistas, apoyo en casa a las tareas escolares, acompañantes de salidas, participación en talleres de diversa índole, participación en asambleas, fiestas y celebraciones. En el centro se consideran las asociaciones de padres,  escuelas para padres y madres, fiestas, celebraciones, exposiciones y otros.

 

Las EPM se caracterizan por su formación sistemática e integral durante el proceso de desarrollo de los distintos temas que se tratan en los encuentros. Por eso, cada vez más los centros educativos ven la necesidad de aplicar esta alternativa para colaborar en la formación integral de los estudiantes, pues la familia y el centro escolar son los pilares fundamentales para el desarrollo de los individuos y para que este proceso sea eficaz debe existir un trabajo colaborativo y cooperativo entre ambas instituciones.

 

 

 

Por: Emilio Vargas Santiago

Fuente: https://acento.com.do/opinion/como-funcionan-las-escuelas-de-padres-y-madres-8890483.html

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