lunes, 22 de febrero de 2021

Familias y escuelas transitando sin brújula

  El protagonismo de la educación en la agenda política de enero de 2021 sólo se explica como reacción ante la pandemia que alteró todos los parámetros de la vida social. El sistema educativo continuó trabajando de modo dispar, confuso y algo alocado, aunque su funcionamiento no siempre resultara visible. La docencia es una actividad atravesada por un significativo equívoco: durante 2020 trabajó más que en el tiempo ordinario, pero hay quienes la imaginan en un largo descanso calmo y distendido.

 


No cabe duda de que en este tiempo hubo clases y hubo aprendizajes. Sólo una malintencionada deformación de los hechos puede desconocer el esfuerzo de docentes y directivos por garantizar el derecho a la educación, aunque también queda claro que la escuela no cabe en las pantallas. Hubo y hay infinidad de aprendizajes a través de las pantallas, pero no se ha replicado toda la propuesta formativa de la escuela, lo cual no desmerece el sentido del esfuerzo. La experiencia escolar requiere salir del ámbito doméstico y sumarse a la construcción cara a cara de un espacio común, en el cual las diferencias nos enriquecen, los conflictos nos interpelan, el conocimiento nos da herramientas y la igualdad es, al mismo tiempo, suelo y horizonte.

 

Sólo una malintencionada deformación de los hechos puede desconocer el esfuerzo de docentes y directivos por garantizar el derecho a la educación.

 

Los dispositivos de enseñanza mediada por tecnologías y acompañamiento hogareño han generado, por fuerza de las circunstancias, nuevas modalidades de exclusión. En grupos familiares donde hay hambre o una situación de incertidumbre, quizás la educación ha perdido prioridad. Por otro lado, están aquellos adultos responsables que no tienen un capital cultural acorde a las exigencias curriculares. La potencia de la escuela en sus mejores logros ha sido permitir que cada generación supere el nivel educativo de la anterior. En las actuales condiciones, en cambio, algunas propuestas pedagógicas descansan en las posibilidades de enseñanza que tiene cada grupo familiar, lo cual implica saberes básicos del quehacer computacional y también cierto saber propio de la cultura escolar como interpretar una consigna o resolver dudas emergentes de la actividad de aprendizaje. Por otra parte, muchas familias dan cuenta de lo difícil que les ha resultado sostener emocionalmente los aprendizajes escolares y cuántas fricciones ha generado la tarea.

 

Volver a las aulas ha sido la intención más temprana de unos grupos que otros, cargados los primeros de cierta impugnación a las decisiones gubernamentales, preocupados los segundos por no suscitar riesgos innecesarios y avances precipitados. El regreso a la presencialidad no tiene como desafío recuperar un tiempo perdido, porque no fue eso lo que se perdió. Los propósitos son, en cambio, reconstruir los lazos afectivos que dan sustento a la tarea, reconocer los derroteros diferenciales de la etapa no presencial, resignificar los aprendizajes de ese período, considerando lo que se pudo sostener de la propuesta curricular, lo que se tuvo que postergar y lo que se agregó como fruto de una experiencia formativa inesperada. Al mismo tiempo, ninguna decisión puede ir a contramano de las prevenciones sanitarias.

 

Los dispositivos de enseñanza mediada por tecnologías y acompañamiento hogareño han generado nuevas modalidades de exclusión.

 

En ese panorama, el retorno a las aulas puede implicar expectativas muy disímiles, pues algunas familias mantienen miedos incólumes mientras otras verán con alivio el paso a una instancia de mayor interacción social. El regreso a la presencialidad implicará, seguramente, la diferenciación de estrategias entre regiones o instituciones, dentro de las cuales es menester defender la igualdad y el reconocimiento de las diferencias, para garantizar que la nueva organización de los espacios y los tiempos escolares tome en cuenta a las personas con discapacidad, las culturas no hegemónicas, la población rural o urbano marginal y cualquiera de los sectores que suelen quedar invisibilizados ante decisiones genéricas que imaginan una población homogénea.

 

Nadie se opone a que vuelva a haber clases presenciales. Sí se somete a discusión la oportunidad y el modo de realizar ese proceso. Ni la brújula ni el GPS son indispensables para transitar, pues la humanidad lo ha hecho durante milenios antes de conocer sus beneficios. Lo difícil es prescindir de ellos cuando nos habíamos acostumbrado a usarlos. Tenemos claro el lugar de destino: una sociedad más justa, solidaria, inclusiva y pluralista. Ensayamos respuestas sobre el camino más adecuado para avanzar hacia allí.

 

 

 

Por Isabelino Siede

Doctor en Ciencias de la Educación; pertenencia institucional en UNLP, UNPA y UNM.

Fuente

https://contraeditorial.com/familias-y-escuelas-transitando-sin-brujula/

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lunes, 1 de febrero de 2021

¿CÓMO FUNCIONAN LAS ESCUELAS DE PADRES Y MADRES?

 Los encuentros acordados entre familia y centro escolar suelen desarrollarse tanto en cursos breves o talleres; también se abordan problemáticas puntuales relacionadas con la educación familiar de manera integral.

 


En el artículo titulado ¿Por qué surgen las escuelas para padres y madres?, publicado en estas páginas el pasado 30 de noviembre, quien escribe expresa: “La escuela debe ayudar a las familias para que participen en la educación de los estudiantes y, a la vez, que los padres conozcan aspectos de la educación que recibe su hijo y de su conducta en la escuela para poder colaborar con esta, señalan Grant y Ray (2013)”. En tal sentido, las escuelas de padres y madres (EPM) son proyectos formativos que se ofertan desde los centros educativos, para proporcionar a las familias diversas estrategias para entender, apoyar, comprender y dar respuesta a los cambios en el proceso de desarrollo que experimentan sus hijos en el ámbito emocional, afectivo, académico y social, para generar mejoras en las funciones educativas de las familias.

 

Otra manera de conceptualizarlas es: Constituyen un proceso de educación organizada y coordinada entre padres de familia e institución educativa, basado en un modelo de formación con un proceso académico de educación formal de aprendizajes y habilidades que ayuden a desempeñar el rol de padres y madres. De ahí que López Osorio y Alarcón (2008) afirman que son espacios idóneos para impartir de manera sistemática formación y capacitación a padres, madres, responsables o representantes frente a aspectos psicopedagógicos, culturales, sociales, políticos y ambientales. También la definen como una herramienta que se pone a la disposición de los docentes y directivos, la cual permite educar y ayudar a despejar dudas de los padres de familia en cuanto a la educación y formación de sus hijos (Díaz Hernández et al. (2011).

 

Estas escuelas han de dar respuesta real a las necesidades de las familias, debido a que si no es así, los padres y madres no sentirán la necesidad de participar en las mismas. Dependiendo de la edad de los hijos, se producen cambios en las necesidades familiares, por lo que se requiere pedir a padres y madres, a través de encuestas o cuestionarios, qué les preocupa y así dar respuesta desde una efectiva EPM que ha de ofrecer recursos y estrategias reales para la actuación en el abordaje de la problemática que afecta la dinámica familiar.

 

Existe una amplia evidencia empírica que indica que la participación de las familias en las escuelas, además de constituir un derecho y un deber, aporta grandes beneficios a los estudiantes, a la escuela y a los padres y madres. Por tanto, los padres no deberían educar a sus hijos al margen de los centros educativos. Familia y escuela no deben trabajar aisladas, pues la mayor parte de la vida de los niños, hasta la adolescencia, transcurre en el ámbito familiar y escolar. Pero además, las familias tienen necesidades que los maestros y profesores no deben obviar y deben ayudarles a encararlas como profesionales de la educación, pues los padres no son expertos en materia educativa, y muchas veces ante ciertas tareas de sus hijos, se cuestionan si lo que hacen, y cómo lo hacen, es adecuado o no.

 

En cuanto a su funcionamiento, las EPM están  conformadas por grupos de padres y madres guiados por un monitor/coordinador que se encarga de preparar materiales y llevar a cabo una serie de sesiones de trabajo, las cuales tratarán sobre aquellos temas que les preocupan especialmente, y que pueden ser propuestos por ellos mismos, o temas específicos seleccionados por profesionales por su trascendencia para la apropiada formación de los padres. “No se trata, pues, de encontrar un especialista en cuestiones de pedagogía o psicología exclusivamente, sino quien sea capaz de captar toda la problemática que lleva consigo la formación completa de los padres en cuanto tales, pero sin dejar a un lado lo que encierra la formación total del adulto” (Ríos González, 1972).

 

En cada centro educativo habrá un equipo responsable para coordinar y animar la EPM. A manera de ejemplo estaría integrado por: El equipo directivo del centro escolar; un equipo de personas capaces de integrar los diferentes aspectos que posibiliten el cumplimiento de los objetivos propuestos; los profesores fijos o personas especialistas que van a impartir los distintos temas del programa a desarrollar; y, la totalidad de padres y madres de la institución escolar que se beneficia.

 

La formación de los monitores es una tarea importante. El equipo se debe formar al inicio de las actividades de la EPM. Las sesiones, de periodicidad determinada, son impartidas por profesionales de cada tema. Y las temáticas a tratar pueden estar referidas  a: Dinámica familiar, psicopedagogía, sociología, psicología clínica, psicodiagnóstico, orientación profesional y humana relativa a ser persona, el proyecto personal y aprender a convivir, entre otros.

 

En la actualidad, los programas de formación de padres y madres constituyen un lugar preferente en las  políticas sociales de muchos países. También hay que destacar que aunque las EPM y las Asociaciones de Padres y Tutores tengan algunos puntos en común, son diferentes. La formación experiencial brinda a los padres conocimientos y destrezas para el desarrollo de sus roles parentales, de las competencias y las habilidades educativas y la identificación de sus recursos y fortalezas.

 

La participación parental se refiere al involucramiento de los padres y madres en las actividades del centro educativo. Esta participación ocurre en dos ámbitos: en el aula y en el centro en general. En el aula incluye entrevistas, apoyo en casa a las tareas escolares, acompañantes de salidas, participación en talleres de diversa índole, participación en asambleas, fiestas y celebraciones. En el centro se consideran las asociaciones de padres,  escuelas para padres y madres, fiestas, celebraciones, exposiciones y otros.

 

Las EPM se caracterizan por su formación sistemática e integral durante el proceso de desarrollo de los distintos temas que se tratan en los encuentros. Por eso, cada vez más los centros educativos ven la necesidad de aplicar esta alternativa para colaborar en la formación integral de los estudiantes, pues la familia y el centro escolar son los pilares fundamentales para el desarrollo de los individuos y para que este proceso sea eficaz debe existir un trabajo colaborativo y cooperativo entre ambas instituciones.

 

 

 

Por: Emilio Vargas Santiago

Fuente: https://acento.com.do/opinion/como-funcionan-las-escuelas-de-padres-y-madres-8890483.html

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