El protagonismo de la educación en la agenda política de enero de 2021 sólo se explica como reacción ante la pandemia que alteró todos los parámetros de la vida social. El sistema educativo continuó trabajando de modo dispar, confuso y algo alocado, aunque su funcionamiento no siempre resultara visible. La docencia es una actividad atravesada por un significativo equívoco: durante 2020 trabajó más que en el tiempo ordinario, pero hay quienes la imaginan en un largo descanso calmo y distendido.
No cabe duda de que en este tiempo hubo clases y hubo aprendizajes. Sólo
una malintencionada deformación de los hechos puede desconocer el esfuerzo de
docentes y directivos por garantizar el derecho a la educación, aunque también
queda claro que la escuela no cabe en las pantallas. Hubo y hay infinidad de aprendizajes
a través de las pantallas, pero no se ha replicado toda la propuesta formativa
de la escuela, lo cual no desmerece el sentido del esfuerzo. La experiencia
escolar requiere salir del ámbito doméstico y sumarse a la construcción cara a
cara de un espacio común, en el cual las diferencias nos enriquecen, los
conflictos nos interpelan, el conocimiento nos da herramientas y la igualdad
es, al mismo tiempo, suelo y horizonte.
Sólo una malintencionada deformación de los hechos puede desconocer el
esfuerzo de docentes y directivos por garantizar el derecho a la educación.
Los dispositivos de enseñanza mediada por tecnologías y acompañamiento
hogareño han generado, por fuerza de las circunstancias, nuevas modalidades de
exclusión. En grupos familiares donde hay hambre o una situación de
incertidumbre, quizás la educación ha perdido prioridad. Por otro lado, están
aquellos adultos responsables que no tienen un capital cultural acorde a las
exigencias curriculares. La potencia de la escuela en sus mejores logros ha
sido permitir que cada generación supere el nivel educativo de la anterior. En
las actuales condiciones, en cambio, algunas propuestas pedagógicas descansan
en las posibilidades de enseñanza que tiene cada grupo familiar, lo cual
implica saberes básicos del quehacer computacional y también cierto saber
propio de la cultura escolar como interpretar una consigna o resolver dudas
emergentes de la actividad de aprendizaje. Por otra parte, muchas familias dan
cuenta de lo difícil que les ha resultado sostener emocionalmente los
aprendizajes escolares y cuántas fricciones ha generado la tarea.
Volver a las aulas ha sido la intención más temprana de unos grupos que
otros, cargados los primeros de cierta impugnación a las decisiones
gubernamentales, preocupados los segundos por no suscitar riesgos innecesarios
y avances precipitados. El regreso a la presencialidad no tiene como desafío
recuperar un tiempo perdido, porque no fue eso lo que se perdió. Los propósitos
son, en cambio, reconstruir los lazos afectivos que dan sustento a la tarea,
reconocer los derroteros diferenciales de la etapa no presencial, resignificar
los aprendizajes de ese período, considerando lo que se pudo sostener de la
propuesta curricular, lo que se tuvo que postergar y lo que se agregó como
fruto de una experiencia formativa inesperada. Al mismo tiempo, ninguna
decisión puede ir a contramano de las prevenciones sanitarias.
Los dispositivos de enseñanza mediada por tecnologías y acompañamiento
hogareño han generado nuevas modalidades de exclusión.
En ese panorama, el retorno a las aulas puede implicar expectativas muy
disímiles, pues algunas familias mantienen miedos incólumes mientras otras
verán con alivio el paso a una instancia de mayor interacción social. El
regreso a la presencialidad implicará, seguramente, la diferenciación de
estrategias entre regiones o instituciones, dentro de las cuales es menester
defender la igualdad y el reconocimiento de las diferencias, para garantizar
que la nueva organización de los espacios y los tiempos escolares tome en
cuenta a las personas con discapacidad, las culturas no hegemónicas, la
población rural o urbano marginal y cualquiera de los sectores que suelen
quedar invisibilizados ante decisiones genéricas que imaginan una población
homogénea.
Nadie se opone a que vuelva a haber clases presenciales. Sí se somete a
discusión la oportunidad y el modo de realizar ese proceso. Ni la brújula ni el
GPS son indispensables para transitar, pues la humanidad lo ha hecho durante
milenios antes de conocer sus beneficios. Lo difícil es prescindir de ellos
cuando nos habíamos acostumbrado a usarlos. Tenemos claro el lugar de destino:
una sociedad más justa, solidaria, inclusiva y pluralista. Ensayamos respuestas
sobre el camino más adecuado para avanzar hacia allí.
Por Isabelino Siede
Doctor en Ciencias de la Educación; pertenencia
institucional en UNLP, UNPA y UNM.
Fuente
https://contraeditorial.com/familias-y-escuelas-transitando-sin-brujula/
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