miércoles, 19 de febrero de 2020

«Los niños pasan mucho tiempo en redes sociales y en realidad quien les educa es la tribu»

«Los niños pasan mucho tiempo en redes sociales y en realidad quien les educa es la tribu»
Paloma Llaneza es abogada especialista en tecnología. Nos habla de las imprudencias que cometemos, como adultos, y dejamos cometer a chichas y chicos con nuestros datos. También sobre la necesidad de mejora de la formación en todos los niveles.


Hablar con Paloma Llaneza asusta un poco. Abogada especializada en Derecho Tecnológico y socio director de Razona LegalTech, Llaneza habla sobre un internet de hackers, malas prácticas personales y deficiente educación de los usuarios que pone en peligro su privacidad con más asiduidad y facilidad de la que uno podría pensar. Y la privacidad no son tus oscuros secretos inconfesables, alerta. Es que la aseguradora sepa que tienes problemas de salud y te niegue un seguro. Además, Llaneza, que las ha visto de todos los colores en los juzgados, llama la atención sobre las nuevas amenazas, que no provienen de Rusia o China sino quizá del vecino de enfrente, animado por la disponibilidad tecnológica a realizar en internet actos como el espionaje de su novia o su socio comercial, que jamás haría en vida real. Pero tampoco hay que volverse paranoico. Su consejo: sé consciente de dónde estás y qué das a cambio de servicios gratuitos.
Habla del comportamiento de la gente en internet. Quizá sea una pregunta muy amplia, pero ¿cuál es este comportamiento?
El alma humana no varía gran cosa. Los últimos acontecimientos en EE UU nos dicen que el cerebro reptil nos gobierna más que el lóbulo frontal, que es el que debe tomar las decisiones más complejas. Creo que el comportamiento de la gente es el mismo, pero se ve aumentado o agravado por el medio. No es lo mismo cuando te insultaban o acosaban en el colegio haciendo dibujos en la puerta de un váter, que se quedaba en un doloroso pero reducido núcleo, a que ahora se haga por Whatsapp, que el insulto te lo hagan tus compañeros a través de una herramienta a la que accede todo el mundo. Hay nuevos sistemas de exclusión, antes no te dejaban jugar a la pelota y ahora te expulsan de un grupo de Whatsapp o hacen uno sin ti. Respecto al alma humana no he encontrado comportamientos diferentes, lo que pasa es que son más evidentes.
Y más continuos, ¿no?
Hay una especie de verborragia preocupante. Antes la gente se guardaba los pensamientos y ahora se ve en la necesidad de compartirlos. Por eso creo que es importante cómo educar a la gente en el control del impulso. Una de las cosas que ha traído la tecnología es que antes se controlaba ese impulso, no se decían las cosas por educación o lo que fuera, ahora la gente está desinhibida.
¿Esto es una cuestión de las escuelas, de las familias, de todos?
Creo que hay un problema previo a las escuelas. Es una sociedad que ha cambiado la perspectiva. Yo vengo de una generación donde la autoridad, la jerarquía, eran importantes y si te frustrabas poco importaba porque te preparaba para el futuro. La vida está llena de frustraciones. Frustrarte, saber que todo tiene un límite y que no siempre depende de ti te ayuda, te hace más resiliente. Pero hemos educado una generación a la que les hemos hecho los reyes de la casa, tienen derecho a todo, que no se callen. Yo estoy a favor de que la gente se desarrolle, etc. pero que, junto a eso, no se le enseñe un contexto, un sentido crítico, me parece preocupante. Los niños pasan mucho tiempo en soledad o con sus amigos a través de las redes sociales o la mensajería instantánea. En realidad quien les educa es la tribu.
Mucha gente me habla de esto últimamente…
Te digo otra cosa, que se ve cuando das clase a universitarios. Se está dando lugar a dos tipos de adolescentes, dos razas de veinteañeros. La gente que viene de buenas familias, preparados, con un contexto estupendo y un bagaje cultural, etc. que se ha podido permitir una buena educación -este es un aspecto importante, la dejación que se ha hecho en este país de una educación orientada a la excelencia- y encuentras estos dos niveles: gente muy preparada para hacer lo que quiera y el resto, que no ha tenido un interés personal, que han creído que la formación es ir a clase y sacar un título. Notas una gran diferencia que te lleva a pensar que los primeros gobernarán el mundo y los segundo serán gobernados.
Me habla de relaciones entre personas, pero ¿cómo nos relacionamos con internet? Se habla de los “nativos digitales” pero no sé si eso hace a los jóvenes más competentes.
Yo siempre pongo el siguiente símil. Nací con la televisión, es de mi época. Eso me ha generado unos hábitos de consumo distintos, pero no me pone en mejor posición para saber cómo meter publicidad en la tele o financiar una radio. Lo mismo le pasa a esta generación. Que por bien que se manejen -y es que ahora es muy fácil porque hay gente muy lista trabajando exclusivamente en la usabilidad-, no hace falta ser nobel (últimamente me encuentro a mucha madre que se cree que su hijo es súper listo por usar la tableta). Eso no nos convierte en seres excepcionales ni en un conocedor de los problemas enormes de privacidad que tiene el entorno ni los problemas de criterio que tienes si tu única fuente de información es Facebook y piensas que todo lo que sale ahí es cierto.
Y de ahí vienen los problemas con las fake news y otras cosas. Tú confías en tus prescriptores y tus prescriptores son tu red. Y el prescriptor es tu amigo de cañas o del colegio. ¿Qué clase de prescriptor es ese? Vamos a ser realistas. Si no hay alguien con un criterio propio del periodismo que intermedie y te diga: “Estos son los hechos y los hemos comprobado” pues volvemos otra vez al Súper Pop de mi época. Son objetos de estafas con una facilidad extraordinaria y de manipulación ideológica con una facilidad más extraordinaria todavía.

El problema es que mala solución tiene. Desde arriba no va a venir.
Empezaría por algo que me parece lamentable, que es que los niños vayan aprobando porque sí. Que puedas pasar de curso con cuatro suspensas no me entra en la cabeza. El que no exista una cultura del esfuerzo, que dé igual que estés sentado al fondo de la clase, que estés utilizando el móvil en clase y pase nada, o si te lo quita el profesor vienen los padres y le montan una bronca, me parece terrible.
Creo que hay una responsabilidad de ciertos medios de comunicación, que transmiten un modelo de Mujeres, hombres y viceversa que es muy dañino. La gente quiere ser famosa antes que saber expresarse bien. Me parece dramático. Se está produciendo esta gran división entre la gente que se está formando y será la que mande y la masa, más aborregada que en otros tiempos. En los 50 la gente sabía que era ignorante y quería progresar. Ahora tenemos una masa que cree que lo sabe todo, y es mucho peor porque son refractarios a todo conocimiento.

Entonces, ¿de generación mejor preparada, nada?
Yo estoy convencida de que no. Lo vemos en los despachos de abogados. Llegan con unas faltas de ortografía de temblar. Con una capacidad de expresión de un niño de cinco años. Hay una generación que lo está, que se ha ido fuera. Y luego hay gente que se ha tenido que ir porque tiene una carrera que solo le vale para limpiar habitaciones porque no habla idiomas, porque ha ido aprobando pero sus conocimientos dan poco de sí. Es cierto que no se ha creado un empleo digno para la gente, pero igual tampoco habrían encontrado nada con pleno empleo “de lo suyo”. Hay un problema con la elección de las carreras. Antes solo se estudiaban carreras que tuvieran salida. Ahora se estudia lo que sea porque se ha transmitido la idea de que lo importante es ser feliz. Eso es un error. Haz lo que te guste en tu tiempo libre, dedícate a lo que eres bueno.
Hemos hablado de la privacidad en internet. Más allá de los problemas que uno mismo se genera colgando cosas que no debe, ¿hay un problema con la privacidad solo por navegar por internet?
Absoluto, tremendo. Pero lo comparten padres e hijos. Vivimos en una época de adolescencia con internet y todo el mundo toma malas decisiones. No veo una concienciación por parte de los padres, y si ellos no son conscientes no lo pueden transmitir. No es sólo lo que hacemos de manera consciente; lo que tiene mucho más valor es lo que hacemos de manera inconsciente. El geoposicionamiento, saber dónde estás en cada momento, qué aplicaciones abres… Todos estos datos, no obvios para los usuarios, se analizan y gracias a comportamientos pasados de una persona puedo mapear perfectamente hasta lo que piensa, su orientación sexual. Unido con lo que dice en redes sociales y con el uso del teléfono me puede decir un montón de cosas.
El otro día una compañera de trabajo me decía que se despertó en mitad de la noche porque le estaba hablando el teléfono porque tiene el reconocimiento de voz y estaba hablando en sueños. Esa cosa tan tonta hace que tu voz se guarde en Apple, haya un reconocimiento de voz, esa voz se utilice para hacer patrones de comportamiento, etc. Siri es capaz de identificar tu voz aunque no estés en un determinado aparato, con lo que puede saber si estás con una persona en un momento. Esto es meter un cotilla en casa. Todos los asistentes del hogar que ya están aquí, que están por defecto activados para estar en escucha cuando oyen tu voz, están grabando tu vida. No consentiríamos que un señor de gris se sentara a observar lo que dices, lo que haces. Pues eso ya lo hemos hecho de manera masiva.
Pero la gente piensa que es anónima, que no tiene nada que ocultar, que qué más le da que le espíen.
Google se gastó en el primer semestre de 2016 en almacenamiento 3.000 millones de dólares. ¿Alguien se cree que es gratis? Si lo hacen es porque es negocio, porque tú eres el producto. Tú puedes pensar que no tienes nada que ocultar, pero tu información es importante para los anunciantes, para el gobierno, para que en el futuro te den o quiten un seguro médico. Si corres mucho y luego cuelgas fotos atiborrándote a cochinillo o cervezas, seguramente no te den el seguro porque tienes riesgo cardiaco. Todo eso ya se puede hacer.
¿Hay defensa posible contra eso?
En Europa tenemos el reglamento de protección de datos, en EE UU no hay nada, y todos estos servicios se prestan allí. Hay una parte de las empresas que están empezando tímidamente en España, no reconociendo que lo hacen, con el big data, contando con el consentimiento…
Pero es que lo del consentimiento no vale para nada. La gente dice que sí y a seguir, si no, no hay servicio, no te puedes instalar la aplicación de turno.
Correcto. Hay empresas que están empezando a hacer perfiles de sus clientes con información que ellos no tienen. Tu banco sabe mucho de ti. Si además le añades redes sociales, ya sabe de ti todo lo que necesita saber. Se hacen unas prospectivas impresionantes. La gente dice: “No me afecta”, pero igual te sale el seguro más caro, no te dan una hipoteca o un crédito. El reglamento lo prohíbe, pero en EE UU ya se hace. Aquí legalmente no, pero nunca puedes estar seguro de que un banco te vaya a negar un crédito basado en criterios que nunca te facilitan. Eso a alguien que piensa que no tiene nada que ocultar. Que por otra parte la gente cree que algo que ocultar es una parafilia o algo delictivo. Pero, ¿cuánta gente busca en google pastillas para dormir o cosas según su estado de ánimo? ¿Son cosas que quieren que sepan los demás?
Pero no me queda claro si tenemos defensa contra esto o no.
En España, sí. La legislación es muy restrictiva y, si nos enteramos, tenemos defensa. A partir de 2018, las empresas americanas tendrán que cumplir la legislación europea si quieren ofrecer sus servicios aquí. Creo que es importante la postura que ha tomado Europa de defender la privacidad por encima de potenciar muchas start ups que se basan fundamentalmente en el uso del dato. Todas las start ups que funcionan con aplicaciones con servicios gratuitos viven del dato. Se dice que España es muy poco innovadora. No, es que en España hay unos límites legales que si traes un negocio de EE UU creyendo que va a funcionar no lo hace porque la legislación no lo permite. Y eso es bueno. Búscate otro negocio.

Pero, a nivel particular, ¿qué podemos hacer? Porque si uno se quiere instalar una aplicación tiene que tragar. ¿La solución es no instalarse (casi) nada?
Yo me instalo pocas cosas y lo hago con criterio. Esto forma parte de la educación que tienes que darle a tus hijos. En el caso de Apple, por ejemplo, antes del iOs 9 o le dabas permiso a todas las aplicaciones para que te geoposicionaran o a ninguna. Hay que hacer una análisis medianamente decente de qué le estoy dando a qué empresa, dónde está, etc. ¿Está radicada en Malta? Igual no quieres cederle tus datos. Yo tengo todo capado en el móvil: el acceso al micrófono, a la cámara, al geoposicionamiento, etc. Y si una app me lo pide le digo que no. ¿Por qué necesita Instagram acceso a mi micrófono? Igual no quiero que tengas acceso a mi micrófono porque lo puedes activar remotamente.
Esto siempre se dice. ¿Pasa realmente?
Pasa. Te pone los pelos de punta lo sencillo que es hackear un móvil, no es una película de espías. Que vayas a una reunión de seguridad y no te dejen entrar más que con un papel y un lápiz, será por algo. No somos una panda de paranoicos, existe una aplicación llamada Cerverus que en teoría es para recuperar móviles perdidos pero de hecho te permite espiar a una persona, acceder a sus mensajes, saber dónde está, activar el micrófono de manera remota, hacer fotos… Ya ha habido una sentencia condenatoria a un chico que lo instaló en el teléfono de su novia. Cada vez pasa más. Es una aplicación gratuita que no deja rastro.



Autor
Daniel Sánchez Caballero
Fuente
https://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/02/07/los-ninos-pasan-mucho-tiempo-en-redes-sociales-y-en-realidad-quien-les-educa-es-la-tribu/
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martes, 11 de febrero de 2020

El debate sobre los móviles en la escuela: ¿Estamos perdiendo la conversación?


Los dispositivos digitales de comunicación están acabando con las conversaciones, haciendo que sea más sencillo enviar mensajes cortos que hablar con otras personas.


El debate sobre la entrada de los teléfonos móviles en los centros educativos hace tiempo que se está dando con mucha diversidad de opiniones. No soy especialista en el tema y, por lo tanto, no puedo tener una opinión rigurosa sobre esta introducción. Pero a raíz de la lectura del libro de Sherry Turkle, En defensa de la conversación (Ático de los libros, 2017) me ha preocupado el asunto de perder «la conversación». Sobre todo cuando la autora argumenta que los jóvenes tienen pánico a enfrentarse a una conversación, aunque sea telefónica, puesto que representa más esfuerzo que mandar un mensaje, un whatsapp u otro medio digital.

El libro me ha hecho pensar en algo que me preocupa: siempre hemos defendido que la educación es compartir y esto quiere decir hablar entre nosotros, escuchar con interés y prestar atención mutua; lo que, educativamente, hemos llamado escucha activa y diálogo.

Y me viene a la cabeza que puede ser verdad que el mundo digital (ordenadores, tabletas o teléfonos) nos impide conversar. El libro mencionado va más allá. Argumenta Sherry Turkle que la falta de conversación entre nosotros hace que disminuya la empatía, la emoción de estar con otras personas, traspasar las emociones o aprender a devolverlas. Las palabras escritas de un mensaje no son lo mismo que ver a la persona. Escribir en un soporte digital puede provocar la superficialidad de las palabras, la frialdad hacia otras ideas y desconectar de la vida real. La conversación, hablar con los otros, parece que crea angustia al ser más fácil conectarse y enviar mensajes. Además, da placer.

Y podemos correr el riesgo de que, al disminuir la conversación, aumenten los discursos falsos, no contrapuestos y la vulgarización de la palabra al usar mensajes superficiales. Y, también, aumentar el silencio, la sordera al no sentir las palabras de los otros con sus tonos, ritmos y gestos (en el aula, en el patio, fuera). Perdemos el cara a cara con los otros puesto que todo se soluciona digitalmente. Además, resulta fácil decir cosas que no diríamos al otro si lo tuviéramos delante o, todavía peor, podríamos tener una conversación con emoticonos. Perdemos la relación y, en la educación, esta condiciona el contenido que aprendemos.

¿Qué está pasando? Como dice el libro, la conversación da miedo porque se basa en la inmediatez de las palabras;  puedes equivocarte o no encontrar la palabra más adecuada. No se puede borrar. Muchas palabras, aunque diga el refrán que se las lleva el viento, quedan en la percepción del otro. Y depende de cómo se digan toman un cariz u otro.

Es verdad que se está perdiendo la conversación. Lo comprobamos en las reuniones cuando se está más atento a lo que dice un artefacto digital que a las palabras que nos dirigen otros. Seguramente el cineasta Coppola no haría hoy la premiada película La conversación (1974) con un alegato al mensaje ambiguo. Hoyno grabaríamos las palabras, sino que miramos qué se ha dicho en las redes sociales.

Si fuera verdad que las tecnologías que se usan para comunicarse hacen decaer la conversación, perdemos uno de los recursos más importantes en la educación. En esta es necesaria aquella como sinónimo de diálogo. Es explicar, polemizar, discutir, debatir, disfrutar del placer de sentir a los otros, de admirar el verbo, de soltarse sobre un tema, perder el miedo a equivocarse… Y esto no lo podemos perder en los procesos educativos. Educar es aprender a escuchar. Y, con un aparato digital, se produce más un monólogo, a veces con uno mismo.

No estoy diciendo que eliminamos de la educación los dispositivos digitales. Sería impensable en el mundo actual. Pero ¿qué podemos hacer para que sirvan como oportunidades de aprendizaje? Creo que regular su uso. Y una forma es que las instituciones educativas no olviden crear espacios para la conversación, como siempre se ha hecho, desde una perspectiva educativa (debates, foros, asambleas, discusiones, preguntas…). Y, ¿por qué no? dejar de lado, alguna vez, el aparato en ciertos espacios para estar más atento a las palabras y a la forma en que se usan.

Volviendo al libro, tiene razón la autora cuando dice que no tenemos que prohibir la comunicación digital, pero sí poner límites. Todavía estamos a tiempo, si es posible.



Autor
Francesc Imbernon

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