Los niños ya no sólo se identifican con algunos rasgos de los padres
sino que se mimetizan masivamente con ellos y sus historias. Y quedan ubicados
en una situación imaginaria de paridad y autosuficiencia. Los síntomas que
ponen en evidencia esa mimetización podrían trabajarse a través de la
recuperación de la posición de hijos y la “devolución” a los padres de su
lugar.
¿Qué tiene en común la reacción de las adolescentes que cortan el rostro
de su compañera “por ser linda”, los fenómenos de bullying y la violencia
creciente y sin freno del hombre contra la mujer, con la “adultización” de los
niños y adolescentes, con la aceleración de la maduración cerebral de los bebés
y, con la cantidad de niños genios que hay en el mundo? ¿Qué tiene que ver todo
lo anterior con la cantidad de niños cada vez más pequeños medicados luego de
ser diagnosticados con nuevas sintomatologías psíquicas, como las dificultades
de concentración e hiperactividad, el mutismo selectivo, las conductas
negativistas y desafiantes, las conductas compulsivas y obsesivas, los llamados
trastornos del espectro autista o la bipolaridad? ¿Qué conexión tiene todo esto
con la vulnerabilidad de los adolescentes que se fugan de su hogar, que se
suicidan por situaciones de bullying o que se tiran desde un cuarto piso por
ser amonestados en la escuela), o que para ganar el desafío de no respirar de
un juego de internet deciden ahorcarse frente a la pantalla, y a sus amigos?
Todas estas situaciones emergen en un contexto dominado por el mercado
de consumo y los medios masivos de comunicación, por el predominio del capital
financiero y del neoliberalismo como modelo económico cada vez más excluyente,
donde el uno por ciento de la población es dueña de más la mitad de la riqueza
del mundo mientras cientos de miles de inmigrantes desesperados tratan de
cruzar el océano en barcazas o el desierto en camiones para sobrevivir y son
dejados morir por los más civilizados gobiernos europeos.
Los rasgos de violencia, extrema violencia, dificultad del acceso al
afuera, de narcisismo y egocentrismo, de prematurez y extraordinaria capacidad
intelectual y de comprensión, pero también de rigidez y fanatismo, de
dificultad de percibir, aceptar e integrar al otro como alguien diferente, de
incapacidad para tolerar la frustración, de hiperexigencia, de falta de
represión y límites, de extrema vulnerabilidad, encuentran una base estructural
de sustentación o facilitación, una condición de posibilidad en la interacción
del contexto cada vez más excluyente con un cambio psíquico estructural de
profundas consecuencias en la subjetividad que es todavía desconocido en el
ámbito social, al cual hemos denominado “simetría del niño con el
adulto”.
Este fenómeno se define como un cambio en las características de la
primera identificación del niño con sus padres, de esa especie de imprinting
que compartimos con los animales. Ahora el niño se mimetiza masivamente con sus
padres, se confunde con ellos, con su lugar y con sus historias, los copia como
si estuviera frente a un espejo sin que interfiera el proceso de represión que
existía hasta hace medio siglo. A partir de los años setenta, el cuestionamiento
al modelo autoritario producido en el mundo ha erradicado el miedo y la
distancia vigentes en las anteriores formas de crianza que impedían este tipo
de mimetización masiva.
Se habla permanentemente del déficit de los padres para contener y poner
límites a sus hijos, dificultad que efectivamente existe y está sumamente
extendida, pero todavía no se conoce hasta qué punto ha cambiado la mente de
los niños, en general, y en qué aspectos es diferente la subjetividad actual
respecto al modelo de niño conocido.
Ya no se trata de identificarse con algunos rasgos de los padres como
siempre ocurrió, sino también de mimetizarse masivamente con ellos, con su
lugar y sus historias. Por eso se ha perdido el carácter lúdico de imitación
que siempre existió, el niño ya no juega a ser un adulto sino que cree ser un
adulto, se confunde con el adulto. La simetría no se advierte solamente en la
forma de hablar, pensar y actuar adultizada de los niños sino que los afecta en
muchísimos otros aspectos como por ejemplo, en la autoexigencia o
sobreexigencia desmedida con que se juzgan a sí mismos o a los demás; en el
enojo con que reaccionan ante la palabra y especialmente a la insistencia del
adulto, ya que se sienten desvalorizados o humillados en su posición de paridad
y saber; en una gran intolerancia a la frustración, ya que deberían poderlo
todo; en la literalidad con que se toma la palabra del otro, lo que provoca
reacciones de violencia; en la necesidad permanente de confirmación por parte
de los otros, etc.
En la simetría, como no se perciben con claridad las diferencias, se
trata al otro como si formara parte de un todo con uno mismo, con las múltiples
consecuencias que esta falta de individuación y diferenciación generan,
especialmente en el desencadenamiento de reacciones de violencia como las que
aparecen cada vez más contra las mujeres y, sobre todo, en parejas jóvenes.
También a esto se debe, en parte, el aumento en Argentina y el mundo de
episodios de abuso infantil, paradigma de la imposibilidad de registrar al otro
como diferente y no como objeto a disposición. Por otra parte, la simetría les
permite a los niños y jóvenes captar información casi sin límites sobre lo que
les interesa. Es tarea del adulto potenciar lo mejor de la simetría, que es la
capacidad de comprensión que existe en los niños y jóvenes cuando se captura su
atención, se pide su colaboración, es decir cuando el mensaje está formulado
con respeto, firmeza y afecto. Es tarea del adulto enseñarles a
responsabilizarse sin necesidad de apelar a órdenes o castigos. Y, sobre todas
las cosas, es tarea del adulto ayudarlos a recuperar su lugar de hijos para
aliviar esa soledad interior, esa autoexigencia desmedida, esa intolerancia a
la frustración y autosuficiencia imaginaria, esa mimetización masiva con
historias que no son propias y que provoca múltiples sufrimientos en las nuevas
subjetividades.
Neoliberalismo y paridad psíquica. Es interesante pensar cómo el pasaje a la
posmodernidad y al neoliberalismo como modelo hegemónico coincidió con el abandono,
por parte de los Estados Unidos, en 1971, del patrón oro como respaldo del
dólar, que había sido instalado después de la segunda guerra mundial como
regulador del mercado mundial. Esto significó el triunfo del capital
financiero, o sea un capital especulativo, que acumula riquezas
independientemente del nivel de producción y la consolidación de una nación por
encima de las otras, con un poder arbitrario no regido por ninguna otra ley.
Este hecho se podría asociar con el concepto junguiano de sincronicidad (Jung,
2004), ya que al mismo tiempo que era expulsada una ley que regía a los países
por igual y un país quedó colocado en el lugar de la ley, se producía en la
subjetividad la expulsión del principio de autoridad y comenzaba a instalarse
la paridad psíquica entre los hijos y sus padres.
Sabemos por Freud que la expulsión de la ley y la “colocación de un
sujeto en el lugar de la ley” generan las bases para una estructura psicótica.
La personalidad normal actual, nacida bajo la expulsión del principio de
autoridad y los efectos del predominio del capital financiero como un poder no
regulado, que se impone a los otros, entre otros factores macroestructurantes,
da lugar a numerosos rasgos de personalidad similares a los descriptos por el
psicoanálisis como pertenecientes a una estructura psicótica: expulsión del
límite, literalidad o pérdida del carácter metafórico de las palabras que son
tomadas como cosas, predominio de un pensamiento concreto, falta de duda,
certeza en las propias convicciones, vuelta a través de lo real –como se
observa a través de los ataques de pánico–, somatizaciones múltiples, etc.
Nuevos padecimientos psíquicos en la infancia. La copia masiva incluye la
mimetización con rasgos semejantes (a veces menos intensos) de sus padres y/o
abuelos, y la transmisión de padres a hijos de situaciones traumáticas no
elaboradas por ellos o por generaciones anteriores. Este factor mimético y
transgeneracional nos permite entender la enorme y creciente cantidad de niños
y jóvenes afectados por nuevas sintomatologías que se advierten cada vez más
frecuentemente en niños cada vez más pequeños. Nos referimos a aquellas
catalogadas desde el DSM IV y 5 como “trastornos” –el trastorno por déficit de
atención e hiperactividad, los trastornos de ansiedad, los trastornos del
espectro autista, el trastorno negativista desafiante–, la creciente supuesta
“bipolaridad” y las depresiones en la infancia, entre otras muchas.
Más allá de la ostensible tendencia a la patologización y
sobremedicación de la infancia, cuyos mayores beneficiarios son los
laboratorios internacionales, en especial los productores de metilfenidato, es
altamente llamativo y sin explicación coherente hasta el momento el fenómeno de
la proliferación y aumento sistemático de las nuevas problemáticas psíquicas en
la infancia y la adolescencia, y especialmente su prematurez.
Por ejemplo, una de las más alarmantes noticias es la cantidad de niños
estadounidenses menores de dos años medicados con antipsicóticos y
antidepresivos. Una noticia escalofriante, proveniente del periódico
estadounidense New York Times International Weekly, revela que “en 2014 se
elaboraron casi 20 mil recetas de Risperidona, Quetiapina y otros medicamentos
antipsicóticos para niños de 2 años y menores, un aumento casi del 50 por
ciento en relación con las 13 mil del año anterior, según informa la IMS
Health, compañía de datos relacionados con recetas. Las recetas del
antidepresivo Fluoxetina (Prozac) aumentaron un 23 por ciento en un año para
ese grupo de edad, a alrededor de 83 mil”.
Asimismo, encontramos en todo el mundo porcentajes crecientes de niños
medicados por el trastorno por déficit de atención con o sin
hiperactividad.
Una vez más nos interesa señalar que, más allá de que cada vez se
presentan cuadros de mayor gravedad y se multiplica la cantidad de niños que
evidencian este tipo de sintomatologías, no se conocen hipótesis acerca de las
razones de este crecimiento, salvo el reduccionismo a una cuestión
genética.
Simetría y transmisión transgeneracional. Sin duda la expresión genética se
modifica ante lo ambiental, pero encontrar un gen presente en un alto
porcentaje de niños con estas patologías no excluye ni agota el misterio de por
qué aumentan de la manera que lo hacen este tipo de sintomatologías. La mayoría
de niños y jóvenes que las presentan no muestran situaciones traumáticas
propias, sino que por el contrario ponen de manifiesto la mimetización y la
identificación masiva con situaciones traumáticas que han vivido sus padres,
abuelos o generaciones anteriores.
El planteo es que, más allá de los fuertes intentos de patologización de
la infancia, del reduccionismo de todo padecimiento psíquico a una cuestión
biológica en beneficio de los grandes laboratorios, y de la peligrosidad
extrema de administrar medicamentos psiquiátricos a niños pequeños, la gran
cantidad y el crecimiento permanente de consultas y síntomas que afectan a
niños y jóvenes, y sobre todo la prematurez de esos síntomas, nos tienen que
hacer pensar que no se originan solamente en cuestiones biológicas, o en fallas
de los padres para poner límites a sus hijos y sostener su lugar de autoridad,
o que son efecto de las nuevas tecnologías o del mercado de consumo. Podemos
afirmar que estamos en presencia de un cambio psíquico estructural que en su
interacción con el contexto potencian fuertemente estas nuevas sintomatologías.
Nuestra hipótesis es que esta transmisión transgeneracional aparece con mucha
más claridad y posibilidad de expresión que en generaciones anteriores a partir
del cambio que introduce la simetría en los vínculos familiares, ya que con sus
síntomas, los niños ponen en evidencia la mimetización con historias y
situaciones traumáticas no elaboradas por padres y ancestros. Y que estos
síntomas podrían trabajarse y resolverse a través de la recuperación de la
posición de hijos y la “devolución” a los padres de aquello que les
corresponde.
Lo no elaborado por los padres y eludido a través de los mecanismos de
desconexión emocional aparece en los hijos sin inhibición ni censura, como si
fuera una tragedia en dos actos, y genera un sufrimiento y una patología muy
difícil de revertir si no se contempla un abordaje vincular transgeneracional
porque no pertenece a una vivencia propia sino ajena. El inconsciente, a través
de la compulsión a la repetición, produce sus efectos no solamente sobre la
vida de cada sujeto como todos conocemos, sino que también se traslada a través
de las generaciones de inconsciente a inconsciente.
Por Claudia Messing *
* Licenciada en Psicología y Sociología (UBA). Psicóloga social y
psicodramatista. Texto extraído de “Cómo sienten y piensan los niños hoy.
Investigación sobre la simetría del niño con el adulto. Recursos para la
crianza, la educación y la clínica de niños y jóvenes” (Editorial Noveduc), que
se presenta mañana a las 20.30 en la Feria del Libro, Sala Javier Villafañe,
Pabellón Amarillo.
Fuente https://www.pagina12.com.ar/34249-la-simetria-del-nino-con-el-adulto