En materia de prevención del ciberacoso, cada
ciudadano digital necesita educar el olfato. Debemos enseñar a los niños a
protegerse, pero también cargarlos de criterio para detectar situaciones poco
respetuosas.
Hace unos días me contaban un caso de grooming.
Lo que más me sorprendió es que aun cuando estamos ante casos “de libro”, aun
cuando tenemos nociones para detectarlo, siempre es más sencillo volver la
vista a otro lado o restarle importancia cuando no nos afecta de lleno. Nos
sirve también el ejemplo para ver cómo enfocamos el problema, donde solo vemos
a quien agrede y a quien recibe la agresión, sin reparar en que ambas personas
tienen un entorno social, una experiencia vital y que se les ha educado de una
forma determinada a relacionarse con los demás. La historia además añade el
ingrediente digital, donde a menudo se nos olvida que tomar caramelos de desconocidos
es, en cierto modo, mucho más fácil e infinitamente más discreto.
El caso en cuestión afectó a una niña de unos 12
años que, tras mucho insistir, consiguió que le compraran el ansiado móvil.
Hicieron un pacto inicial y la madre revisa regularmente los contactos, amigos
y seguidores de su hija, mientras comentan quién es quién. Una noche, durante
la supervisión habitual, la madre detecta un contacto extraño en Instagram y
pregunta quién es. La hija le responde que no lo sabe muy bien, pero que le parece
que es el familiar de una compañera de clase. Ahí le saltan las alarmas a la
madre: un familiar de una compañera de clase. A muchos eso les traería
tranquilidad: “Ah bueno, es alguien del entorno familiar de alguien conocido,
no es un extraño del todo”. Y sólo a unos pocos les hace recordar que la mayor
parte de abusos de menores son perpetrados por personas del círculo social
próximo. No olvidemos que las cifras nos dicen que sólo un 10% de las
víctimas han sido atacadas por alguien completamente desconocido. Grosso modo,
los abusos son por parte de personas que forman parte del círculo de confianza
del menor (60% de casos conocidos y 30% familiares directos). Así pues, no es
tranquilizador que el contacto sospechoso sea el tío de una compañera de clase.
¿Con cuántas niñas más habrá intentado contactar a través de la lista de amigas
de su sobrina?
Por suerte, esta madre tuvo buen olfato y le
comentó a su hija que aquella noche se quedaba el teléfono. La madre se haría
pasar por ella hablando con el extraño para calibrar la situación. Las
sospechas se cumplieron y cuando ella le dijo que se estaba yendo a dormir, el
“contacto” en cuestión le pidió, entre otras cosas, fotografías del momento de
irse a la cama. Por suerte hizo capturas de pantalla de todo, antes que el
emisor borrara los mensajes para que no fueran usados en su contra. Al día
siguiente lo denunció y ahora está la cuestión en manos de la policía. Que el
escenario del intento de acoso sea digital, tiene el inconveniente que es mucho
más invisible. Pero también tiene la ventaja que el rastro es más difícil de
borrar.
Frente a esto, se están tejiendo alianzas de grandes
corporaciones digitales para detectar actividades susceptibles de pedofilia.
Bien, eso puede ayudar. Se puede poner control parental y eso previene en
parte. No se puede (y, según cómo, no se debe) poner vallas al campo, pero se
pueden poner semáforos en los cruces. Cualquier estrategia que intervenga y
frene las actividades no deseables, es bienvenida. Pero eso es sólo una parte.
La reacción sin prevención conduce inevitablemente al juego entre el gato y el
ratón. Cambiarán los métodos, cambiarán las plataformas, cambiarán las imágenes
que cuelgan, pero el problema de raíz seguirá persistiendo porque está demostrado
que penalizar solo funciona en el corto plazo. Es necesario ser reactivos, pero
en el fondo acabaremos antes y mejor si nos adelantamos y prevenimos. Si
entendemos que eliminar los parques de la calle para evitar aproximaciones
inadecuadas para nada es una solución, tampoco planteemos evitar el grooming prohibiendo
a los menores que tengan móvil o perfiles en las redes sociales.
Dicho de otro modo: lo más indispensable es que los
peques no se encuentren de repente ante el cruce sin nadie que les cuente cómo
van los semáforos, qué función
tienen y qué diferencia el rojo del verde. Necesitan un entorno social que no
rehúya las conversaciones sobre usos y abusos de tecnología. Porque el grooming,
el acoso a menores por parte de un adulto, no es de un día para otro. El acoso
se cultiva en varias fases, así que lo importante es no crear falsas alarmas a
la primera, sino activar la alerta para ver hacia dónde evoluciona la
conversación e intervenir a tiempo si corresponde.
Eso se facilita cuando cuentan con un entorno
escolar, familiar y social protegido donde pueden hacer preguntas, expresar
temores y donde vean normal que sus adultos se preocupen por saber con quién
hablan. Eso sí, siempre con respeto y colaboración. Que revisar los
contactos forme parte de ese acompañamiento regular que permite tejer vínculos
de confianza y espacios seguros lejos del cotilleo o el exceso de autoridad.
Del mismo modo, debemos ver el valor a compartir las situaciones que ocurran
con otros menores, para aprender colectivamente de ellas y enseñar a no
vulnerar a las víctimas. Y así, sin caer en la histeria, podemos ir moldeando
la sensibilidad colectiva ante los posibles los signos que podamos encontrar.
En resumen, en materia de prevención del
ciberacoso, cada ciudadano digital necesita educar el olfato. Debemos
enseñarles a protegerse, pero también cargarles de criterio para detectar
situaciones poco respetuosas y abusivas, si llegan a darse. Para construir una
cibercultura, comencemos por el cibercriterio. Vayamos inoculando un marco de
referencia y herramientas para que sepan cómo actuar en cualquier situación.
Una forma más de elegir la red que tejemos día a día para la sociedad que
soñamos.
Por: Liliana Arroyo
Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/05/03/ante-el-ciberacoso-cibercriterio/
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