¿Qué es un conflicto? ¿Constituye una oportunidad de crecimiento? ¿Es algo necesariamente negativo? ¿Cómo se viven las transformaciones? ¿Qué rol juegan las pantallas?
El niño, y el adolescente, de modo más intenso y continuo, viven en el laberinto del conflicto. En la tendencia contradictoria entre el interior, que les pide salir, explorar, descubrir su identidad, probar, acariciar los riesgos; y el exterior, que establece límites, normas y obligaciones. Es interesante la observación de Jean-Pierre Warnier que considera más conveniente el término de identificación, ya que es contextual y fluctuante. Es decir, en el actual marco globalizado, todos nosotros asumimos identificaciones múltiples que movilizan elementos distintos de la lengua, la cultura, etc., en función del contexto. En cualquier caso, el crecimiento supone una molesta y complicada crisis de identidad, en la que niños y jóvenes, ejercitan la lucha diaria consigo mismos, con los demás y con el entorno, buscando descubrir y apropiarse de su personalidad. Ciertamente, la presencia de un adolescente en casa o en la escuela es muchas veces complicada, pero no se puede olvidar que ellos están creciendo en esta tensión, y que ese crecimiento tampoco les resulta ni cómodo, ni fácil.
a) Vinculación: dejó los estrechos lazos que tenía que con la familia, con su padre y madre, auténticos referentes, para iniciar un camino de exploración de nuevas vinculaciones, especialmente con el grupo de iguales.
b) Singularidad: atributo que le satisface en la medida en que es considerado y reconocido por los demás por sus propias cualidades. Este reconocimiento le aporta respeto y aprobación.
c) Poder: como conjunto de medios y recursos para modificar sus circunstancias, lo que le afecta y rodea.
d) Modelos y pautas: verdaderos puntos de orientación y referencia para su modo de pensar, sentir y comportarse. Referencias para establecer sus valores y creencias. El asentamiento de estos cuatro aspectos generarán en el adolescente su autoestima, el concepto de sí mismo, y su valía como persona vinculada, única, con capacidad para decidir desde unos modelos y criterios claros y asertivos.
De los últimos estudios realizados por la FAD (Fundación de Ayuda contra la Drogadicción) y referidos por Elena Rodríguez, cinco son los referentes más significativos.
1. La normalidad como aspiración.
2. Demuestra que eres joven.3. Dos tiempos, dos modos de ser.
4. Integración=consumo.
5. Responder a una expectativa”.
“Ser normal” es considerado como “ser y hacer lo que todos”. Reproducir sin esfuerzo lo que se espera de ellos, les hace sentir incómodos y les molesta ser etiquetados. Los adultos los vemos distintos, innovadores o peligrosos. No quieren ser el “rarillo” del grupo, el que todos miran como algo extraño y fuera del grupo. Ser normal (entre ellos) es ser igual a los demás jóvenes, responder a las expectativas que los compañeros tienen.
Este ambiente de normalidad que tienden a imitar para sentirse uno más en el grupo, que busca el joven también comprende sus prácticas de consumo. La ropa, la música, los lugares de ocio, son “una marca” que los reconoce, integra y legitiman en el grupo. Explica Verdú , que “si en el capitalismo de producción lo importante fueron las mercancías y en el capitalismo de consumo lo importante fue lo que una voz dijera sobre ellas, en el capitalismo de ficción es el propio artículo que habla. Coca-Cola habla de jovialidad, Body Shop de conciencia ecológica...”. Y continua “el nuevo capitalismo de ficción no es por tanto como los anteriores capitalismos, un sistema sin corazón, sino por el contrario la afectividad es aquello que más le importa. El último anuncio norteamericano de Nescafé no habla en Estados Unidos de un surtido de cinco sabores sino de cinco emociones”. La intensidad en la que el adolescente vive sus relaciones en el grupo de pares depende de sus vínculos emocionales, de la trama afectiva que entreteje el grupo. El consumo del producto no satisface el propio consumo, sino la sensación de bienestar en el grupo, de reconocimiento “es uno de los nuestros”, de identificación “siente lo mismo que nosotros”.
Requena define la relación del espectador como “la interacción que surge de la puesta en relación de un espectador y de una exhibición que se le ofrece”. Esta relación pasa por tres componentes: la mirada, el cuerpo y la distancia. La mirada en la distancia respecto al cuerpo (imagen que se exhibe). El autor subraya la distancia como aquello que permite la implicación, el gusto por lo narrado. La seducción entre mirada e imagen, sujeto y objeto, obtiene en la distancia el disfrute no sólo de la narración, también de la obtención del sentido, cuando la reflexión se produce. El espectáculo televisivo ha devorado y engullido los diferentes medios expresivos y sus manifestaciones artísticas (cine, radio, cómic, pintura, teatro...). El análisis y la lectura televisiva se hacen complejas y eclécticas. Añadamos que la pequeña pantalla está colocada en los lugares más íntimos de la casa, ocupando un espacio que hasta hace pocos años era privado y doméstico. Como explicita Requena, la distancia que hay entre mirada y cuerpo ha sido abolida en sentido literal o físico (no hay dos metros entre televisor y espectador) y simbólico (los reality show ponen delante de nuestros ojos la intimidad de muchos otros).
Es evidente, que esta fenomenología de la mirada conduce hacia la fenomenología del conflicto, no sólo en la medida en que la representación siempre es un conflicto que se debiera resolver con mirada inteligente, sino porque la propia mirada también lo es, como lo son las relaciones intrafamiliares que provoca el espectáculo visto, en las relaciones interfamiliares. O sea, una serie que expone un determinado modelo familiar como, por ejemplo, Los Serrano, provoca un conjunto de identificaciones y proyecciones en sus diferentes roles (hijos, padre separado, compañera sentimental, hermanos...), que deriva en un pautado abierto de conductas en sus telespectadores.
El adolescente siente y experimenta con fuerza, y frecuentemente con impotencia, un conjunto de cambios y transformaciones. Primero y, sobre todo, en sí mismo, simultáneamente en los que le rodean y en su entorno. Pero los padres, también viven contradicciones, entre los valores que intentan educar, y los valores que sus hijos viven y aprenden en la calle, con sus amigos, y de las pantallas. Con frecuencia esta contradicción se convierte en impotencia, y en rabia. Les asalta la sensación de que todo lo que hacen no merece la pena, y que tanto esfuerzo no sirve para nada. Vuelven al túnel, pesando más la oscuridad del presente, que la luz del pasado y del futuro. De nuevo urge recuperar el sentido del proceso y del conflicto en sus mediaciones. Proceso por el que todo lo hecho por sus hijos queda, y conflicto porque los hijos, como los adultos, evolucionan y están en constante adaptación al medio y al entorno.
Extraído de
Consumos y mediaciones de familias y pantallasNuevos modelos y propuestas de convivencia
José Antonio Gabelas Barroso y Carmen Marta Lazo
Programa Pantallas Sanas
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