Cada vez son más los centros que se coordinan con las familias y las
aceptan como un agente educador fundamental para la mejora de los resultados de
los niños.
Grupos
interactivos, asambleas en el centro, talleres de deberes conjuntos… son
algunas de las formas que toma la participación de las familias cuando va más
allá de las AMPA y del Consejo Escolar.
Carme
repasa la lectura con Julia, su hija, en la biblioteca de la escuela Mas Masó
de Salt (Girona), que está llena de familias -padres, madres, niños-, que hacen
deberes y actividades conjuntamente. “Antes le costaba mucho leer y
concentrarse sola, pero aquí aprendemos de forma divertida y se la ve más
interesada”, explica Carmen. Como ella, la mayoría de familias que participan
en el taller de estudio asistido de Mas Masó -muchos de ellos no llevan ni
medio año- están convencidos de la importancia que tiene su presencia en la
escuela para el aprendizaje de sus hijos. “Están más motivados”, “están
contentos de ver que sus padres se preocupan”, “cogen el hábito de estudiar
también en casa”, “mejoran los resultados”… Estas son algunas de las
valoraciones que hacen Mohammed, Seidatou, Fatima, Lamiae, Carmen, Choumicha o
Karima, todos ellos padres y madres de Salt que han decidido entrar en la
educación de sus hijos al ver que la escuela les abría las puertas.
La escuela
Mas Masó hace sólo dos años que tiene en marcha este programa de trabajo entre
familias, alumnos y maestros -que supervisan la actividad-. En su caso lo hacen
en horario extraescolar. Pero cada vez hay más centros que han visto en la
implicación familiar una palanca hacia la mejora de los resultados de los niños
y en la reducción de las desigualdades, y apuestan incluso para trasladar su
participación dentro de las aulas y en la organización del centro. “La
participación de las familias y también de otros miembros de la comunidad en el
programa escolar tiene una gran incidencia en los resultados académicos de los
niños”, expresa Ramón Flecha, catedrático de Sociología en la UB y coautor del
estudio Actuaciones de éxito en las escuelas europeas, que repasa diferentes
modelos de centro europeos por encargo del Ministerio de Educación.
Pero la
voluntad de muchos centros no se reduce a aumentar la participación de los maestros,
sino que pretenden provocar un cambio de concepción de la escuela que permita a
los padres y madres “sentir que forman parte de ella”, en palabras de Gerard
Ros, director del Mas Masó. “Nos paseamos por aquí como si fuera nuestra casa,
los niños nos ven, venimos a la biblioteca…”, explica la Karima. En este
sentido, los programas de trabajo conjunto entre familias y docentes “van
acompañados de una coordinación y un diálogo constante, de una predisposición
de la escuela”, explica Ros. De hecho, en este centro de Salt los maestros y
padres y madres preparan juntos, cada lunes, las actividades y estrategias que
seguirán durante el tiempo que pasan con los hijos en el taller asistido.
Grupos interactivos: las familias en clase
Entre las
muchas experiencias de participación familiar en las escuelas juegan un papel
principal las comunidades de aprendizaje, proyectos de centro que intentan
implicar a todas las personas que influyen en el desarrollo del niño -maestros,
amigos, vecinos, asociaciones vecinales, voluntarios y, sobre todo, familias-
para mejorar su educación. Mas Masó es un ejemplo. En Cataluña hay unas 40
comunidades de aprendizaje. Otro caso es el de la escuela Tanit, de Santa
Coloma de Gramenet, que hace años que por las tardes organiza grupos interactivos.
“Durante una hora y media, la clase se divide en grupos, y para cada uno de
ellos hay un referente adulto -puede ser un maestro, una familia o un
voluntario-. Entonces los grupos de niños van rotando por las actividades de
cada adulto, que son temáticas e interactivas, experimentales, con un
componente de juego”, relata Montse Ruiz, directora de Tanit.
“No se
trata de enseñarles, sino que se enseñen entre ellos; los alumnos se esfuerzan
por explicar lo que hacen, y eso obtiene unos resultados espectaculares”,
apunta Flecha, impulsor de las comunidades de aprendizaje en España. Màrius
Martínez, profesor de Orientación Profesional de la UAB y referente también de
la implicación familiar en las aulas, enumera más ventajas de estos grupos: el
“trabajo en la heterogeneidad”, “la colaboración” o incluso “el empoderamiento
de los padres y madres “, que en algunos casos piensan, de manera equivocada,
que no pueden aportar nada a la educación de sus hijos.
La
directora del Tanit, que cuenta con este proyecto desde el año 2000, asegura
que ya no sabría enfocar su relación con las familias de otra manera, y añade
otras ventajas fundamentales. Por un lado, “si familia y escuela van juntos, el
niño se siente reforzado y le sube la autoestima, se siente seguro porque todos
vamos en una misma dirección”. Además, “la presencia de familias y voluntarios
al aula hace que tengas más personal, que disfrutes de una atención más
personalizada que es clave, entre otras cosas, para reducir las desigualdades”,
subraya Ruiz.
Familias y maestros: una persona un voto
Considerar
la familia como parte integrante de la escuela conlleva también darle cierta
capacidad de intervención y decisión en el día a día de los centros. En la
mayoría de escuelas, los padres y madres tienen voz a través de los canales
clásicos: las AMPA -en tareas sobre todo de organización: comedores escolares,
actividades extraescolares…- y el Consejo Escolar -organismo formado por
diferentes actores de la comunidad educativa, entre los que se encuentran las
familias, y que ahora pierde la capacidad de decisión con la entrada en vigor
de la LOMCE-. Pero las escuelas que tienen comunidades de aprendizaje apuestan
por reforzar la participación de padres y madres con comisiones mixtas -de
maestros y familias- que se encargan de diferentes necesidades de la escuela y
que rinden cuentas ante la asamblea del centro.
En la
escuela Lledoners, de Granollers, estas comisiones tienen como objetivo “llevar
a cabo proyectos que nos marcamos cada cuatro años”. “Pueden ser de fomento de
la lectura, de servicios extraescolares, de alimentación, de decoración…”,
comenta el director Ricard Las Heras, que añade que están formadas por
“voluntarios que son familias, algún exalumno, entidades, el Ayuntamiento…” Y
una vez al año deben rendir cuentas ante el plenario, una asamblea en la que
toman parte los vocales de cada comisión, del AMPA y del Consejo Escolar.
“Procuramos que haya consenso para aprobar los puntos, pero de entrada cada
persona es un voto”, explica Las Heras, remarcando que incluso en materia
pedagógica los padres y madres tienen la misma capacidad de decisión que los
maestros.
Horarios laborales, ¿un inconveniente?
“Estoy
encantada de poder venir a ayudar en la educación de mi hijo, porque si mis
padres hubieran hecho lo mismo conmigo quizá ahora no estaríamos así, pero
también es cierto que si encontrara trabajo no podría venir”, explica Seidatou.
En el caso de Lamiae, hay días que no puede venir, porque trabaja, y entonces
es su hijo mayor el que viene a la escuela a ayudar al pequeño. Catalunya está
lejos de conseguir una integración familiar como la de Finlandia, el país
europeo de referencia en este aspecto, que reserva un espacio en las aulas para
los padres y madres que quieran asistir a las clases. ¿Pero hasta qué punto no
es culpa de las extensas jornadas laborales? ¿O de la normativa que rige los
centros?
“Sí que
hay muchos factores que lo dificultan: la conciliación laboral, la tradición,
la falta de ayudas a las familias, incluso el marco legal… Pero al final es la
escuela quien puede decidir si abre sus puertas o no”, analiza Jordi Collet,
sociólogo de la Universidad de Vic. “Todo son condicionantes, pero ninguno es
determinante, y la prueba es que ya hay muchas escuelas que lo hacen muy bien”,
concluye Collet, que se muestra bastante crítico con la actitud hasta ahora de
los centros y los docentes de aceptar la familia como agente educador.
Màrius
Martínez, por su parte, profundiza en el hecho de que no es necesaria una
participación como la finlandesa siempre que haya una “predisposición” por
parte de centros y escuelas. “Tenemos que aceptar que la implicación puede
tener varias intensidades, no se puede ser purista y pensar que la
participación debe ser absoluta en todos los casos, porque mucha gente no puede”,
opina Martínez. Es tan importante aquel padre que toma parte de los grupos
interactivos cada tarde como la madre que sólo tiene dos horas libres a la
semana y las dedica a editar desde su casa la página web del centro. “Esto es
la igualdad de las diferencias”, sentencia Martínez.
Por Pau Rodríguez
Fuente: http://www.nodo50.org/filosofem/spip.php?article372
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