Algunas de las restricciones que el capitalismo impone a los seres
humanos incluyen el acceso al conocimiento territorial y conceptual del mundo
todo con sus realidades. Incluyen una especie de inanición de
saberes y de experiencias necesarias para el crecimiento normal de la
conciencia social y de la conciencia de especie. Incluyen el desabastecimiento
de nutrientes intelectuales que son soporte de las habilidades
mentales básicas como la capacidad de abstracción, la capacidad de
organización, la capacidad de movilización y las habilidades del pensamiento
crítico. Y como toda des-nutrición produce estragos. Acéptese ésta metáfora
imperfecta provisionalmente. He aquí un problema Ético crucial para nuestro
tiempo.
Reponerse de semejante despojo implica (además de conciencia de él)
tiempos y estrategias de atención especial y prioritaria que, hasta hoy, no han
podido resolver, por supuesto, los “modelos educativos” funcionales al
capitalismo. Sigue intocado el flagelo que aqueja a millones de personas sin
saber leer y escribir y sólo unos cuantos países gozan del “privilegio” de ser
“territorios libres de analfabetismo.” (Cuba, Venezuela, Bolivia…) Es pasmosa
la ignorancia generalizada en materia de geografía económica, política y
social. Historia y crítica de la Cultura, de las Artes y de las expresiones
populares. A población abierta se desconoce África y sus
diversidades; Latinoamérica con sus raíces más frondosas y sus calamidades
imperiales. Se trata de una “ignorancia de clase” que sirve para hundir en la
confusión todo aquello que no pertenezca a los triunfos materiales
y espirituales de la burguesía. Semejante “desnutrición
cultural” no se resuelve con reformitas ni reformistas
neoliberales. Ni con represión a los profesores críticos.
Para colmo, como en toda “desnutrición”, también ocurre el sobre-consumo
de alimentos ideológicos “chatarra” que mientras engordan con
banalidades consumistas a los usuarios, le destruyen el sistema nutricional basal.
Acéptese ésta metáfora imperfecta provisionalmente. Así tenemos obesidades
ideológicas mórbidas, producto de un mercado de valores mercantiles cuyo efecto
reduccionista es engrosar sin control al capitalismo y sus “mass media”.
Así, pues la desnutrición cultural proviene de la escasez
tanto como de la saturación. En el centro del problema está el vació
prefabricado por la burguesía, para tener seres humanos embriagados con felicidad de
consumo, ignorantes pero agradecidos de no tener que saber tanta
cosa sobre un mundo que se les vende como ajeno, peligroso y aburrido.
Nos ganó “patolandia”.
Algunas estratagemas para maquillar el escándalo de la “desnutrición
cultural” se fabrican rentablemente en el seno de la “industria del turismo”.
Como dicen que “los viajes ilustran”, dan por verdad que viajar es una forma de
combatir la ignorancia abrumadora que pesa sobre el mundo y que al mundo le
pesa. Pero nada asegura que los viajantes sean, realmente, conscientes de los
territorios que pisan. La “industria del turismo” ha creado modelos de
estandarización que comprimen la experiencia a una sola decoración para
comer tanto como para dormir. No importa si estamos en el desierto del Sahara
o, en Alaska o cruzando el Río de la Plata en un transporte más parecido a un
“supermercado” que a un barco. La “cultura” del “viajante” suele reducirse a
unas cuantas fotos, unos mensajes en “redes sociales” y a las habilidades
espurias para ganarse puntos o “millas” extra del “viajero frecuente”. Con las
debidas honrosas excepciones.
El cuadro de la “desnutrición cultural” se completa entre malabares de
computadora para conseguir hospedajes “buenos, bonitos y baratos”. Renta de
autos, reservaciones de restaurantes y uno que otro lujo al
alcance del salario de las masas turísticas. En la perspectiva general la
experiencia residual de un viajante común, suele no contener información alguna
sobre cómo se vive lo que se vive en cada lugar ni qué nos une a las mejores
luchas que se desarrollan en cada sitio del planeta. Viajar debería ser otra
cosa. “Gana la ignorancia”.
¿Qué puede esperarse en las escuelas donde se enseña, hipotéticamente,
algo que sirva para conocer y entender al mundo, sin moverse de las aulas? Sin
moverse del televisor, sin abrir un libro. (En el caso de que existan -a la
mano- libros capaces de combatir la “desnutrición cultural”) National
Geographic, por ejemplo, emprendió -como muchos lo han hecho- el trabajo de
“mostrar al mundo” pero bajo sus reglas de mostración y con el paquete
ideológico que a ellos conviene inyectado en cada lugar, en cada hecho, en cada
situación por ellos elegida. Así, vemos un mundo expuesto de tal forma que ni los
“locales” se reconocen ante los eventos cotidianos más próximos o más
cotidianos. Muestran al mundo como antropólogos ingleses (ajenos,
distantes y pasajeros) de esos que a ellos les encanta convertir en locutores
de sus series televisivas. Hay lugares que tienen la colección completa de sus
videos y ni una sola comprensión del planeta. La Ideología de la clase
dominante.
Toda persona tiene derecho a conocer su realidad como especie y como
grupo social sometido a las tensiones de la lucha de clases. Tiene derecho a
comprender su lugar en el modo de producción dominante y su lugar en las
relaciones de producción. Tiene derecho a conocer la Historia de las
condiciones que se le han impuesto y las posibilidades reales para salir de
ellas. Conocer las luchas de sus pueblos y las luchas de otros pueblos que han
luchado y luchan por salir de un mundo secuestrado por el capitalismo. Toda
persona tiene derecho al trabajo, a la salud, a la vivienda y a la educación y
eso implica el derecho a conocer el mundo, libre y críticamente, en contacto
con otras persona que, a su vez, también tienen derecho a conocernos y
reconocernos como iguales, fraterna y solidariamente. No contar con eso es una
pérdida histórica difícil de reparar. No contar con eso es un daño terrible a
la especie humana y a su futuro. Impedirlo es un delito de lesa humanidad
también agravado por cometerse con alevosía, ventaja y premeditación.
Desnutrición cultural programada. ¿Qué hacemos?
Por: Fernando Buen Abad